jueves, junio 29, 2006

Notas de Campo 1: Güero en El Cordano

Lo gracioso es que estas notas no tratan sobre El Cordano, pero no hubieran existido si no fuera por mi inspirado antojo de visitarlo hoy.

No sé si fue la monada mórbida de ver a Alan y sus secuaces sentados en una de las mesas del bar El Cordano en el centro de Lima por la tele hace un par de semanas lo que me motivó a conocerlo; no sé si fue el suculento plato de tacu tacu con una sábana de bistec apanado que pasó por delante de la cámara; o si fue el vulnerable deseo de encontrarme con un típico espacio de nuestra Lima antigua, de esa que mis padres siempre añoran porque se pasearon por sus avenidas y jirones cuando eran adolescentes enamorados. Qué más da. ¿Y si este feriado de San Pedro vamos al Cordano? Parecía excelente.

Nos embarcamos hacia el Centro en medio de mil recuerdos nostálgicos de mis padres durante todo el camino. Cada símbolo, cada lugar, cada comida los hacía viajar en el pasado hasta su amor adolescente. El Cine Tauro, el point donde se encontraba la muchachada de esa época; el mercado donde resulta que mi papá había trabajado vendiendo nacimientos; la sanguchería pituca del momento donde mi papá se ufanaba de haber enamorado a mi mamá, y donde ella se ufanaba de haber manchado con mostaza de butifarra el saco nuevo de mi Papa Hugo que su hijo había pedido prestado para la ocasión; un Jirón de la Unión por donde habían caminado elegantes alguna noche; en fin... el pasado, vivito y coleando en sus ojos mientras caminábamos hasta nuestra meta preciada: El Cordano.

El Cordano apareció como un Queirolo muy azul y muy poblado. O muchos eran los que habían visto el mismo programa que yo y habían decidido conocer el bar de Alan o es que era así de popular en el barrio. Agarramos dos mesas divididas por un angosto camino por donde se paseaba el único mozo disponible: un elegante señor con parkinson y acongojado por la multitud pasó primero con un plato de ravioles, luego con el famoso tacu-tacu de mis fantasías más pecaminosas, con paltas rellenas del tamaño de una pelota de fútbol. Las mesas que habíamos elegido todavía guardaban los restos de los anteriores comensales y ninguno de nosotros se animó a sentarse aún. El de la barra le dijo a mi papá que “no había carta” y que, aún más, “no había nada” y nuestro estresado mozo lanzó un desesperado “estoy solo”. Para ser un mozo solitario parecía muy poco interesado en tener compañía o en tener clientes, es la verdad. MI hermano botó algunos desperdicios al piso para llamar la atención de alguien que nos atendiera pero fue un signo fantasma. Nuestra visita no había hecho la diferencia para nadie. Todos esperaron a lamentar la decisión de conocer El Cordano.
Pero, ¿qué esperábamos? Era El Cordano, un bar del pasado forzado a perdurar en el tiempo y atender a más de 70 personas porque a Alan se le ocurrió ser Presidente y comerse un tacu tacu la semana pasada. Después de todo, ese plato era nuestro objetivo; sus mozos y sus desaires no serían un inconveniente para nosotros... O sí? Era una anécdota folclórica, una aventura por saber si nos atenderían o no mientras podríamos conversar sobre nosotros, sobre el feriado, sobre el gimnasio de mi madre y sus amigas, sobre el pasado histórico que mi padre gusta rescatarle a todo objeto material; podríamos hacer eso y olvidarnos si queríamos del tumulto y la mala atención; esa no era nuestra prioridad... O sí?

Terminamos almorzando en el Wa Lok, una carta selecta de langostinos y aves y mozos amables y sonrisas perfectas y un orden estricto de atención y todo eso. Una vez sentados ahí, casi se me olvida que habíamos ido al Centro de Lima y que la idea era vivirlo un momento. ¿Cómo podía acordarme que allá afuera había un espacio multidiverso de personas y oficios y colores y reglas si habíamos elegido la zona china del centro limeño. El hambre y nuestra ansiedad atrajo la mala suerte y terminamos siendo pésimamente mal atendidos. Extrañé al mozo y a su parkinson inocente; extrañe el tacu tacu y el rochabús que estaba estacionado casi en la puerta del bar; extrañé pensar que un almuerzo es solo una excusa, a veces, para sentarse a la mesa a conversar sobre nada y sobre todo. El Cordano pudo haber sido nuestra excusa, complicada, sí; desordenada, también; alejada de nosotros, claro. Pero es curioso, en ese momento ni el Cine Tauro, ni los nacimientos del mercado ni la mostaza en el saco nuevo regresaron desde el pasado para hacernos acordar que todo así siempre fue y que en ese momento no nos molestaba tanto: a veces creo que preferimos que la aventura y el recuerdo de nuestro pasado se quede ahí, en el pasado. Lo extrañamos, pero si vuelve a nosotros y respiramos sus olores, nos sentimos envueltos en su espacio otra vez, caminamos por sus calles como antaño... reconocemos que ya somos otras personas y que preferimos nuestro amado y seguro Hoy.
En fin, Cordano. Fue un gusto casi conocerte. Cuando modernices tus reglas, quizás volvamos a intentarlo.

Notas de Campo 4: Güero en Hunamp Ku

Martes 30 de Mayo de 2006
6:47pm

Estas notas van dedicadas al sabio Luchano… ¿estabas esperando que pasara algo perturbador como la “madre humilde”?... ahí va.Amigos, familia, pequeña… pasar la noche en San Roque ha resultado ser una aventura inolvidable. Tengan por seguro que me hubiera encantado ver cada una de sus caras viviendo solo algunas de las situaciones por las que me tocó pasar en Hunamp Ku. Espero que las vivan, con el retraso de las comunicaciones, a través de estas notas.
La tolva me dejó el lunes a las 7:00am en San Roque, al pie del puente verde limón del que les hablé. Muchos nativos ya estaban despiertos y encaminados hacia sus chacras, a 30 ó 40 minutos a pie. Amarran sus herramientas a una bolsa de tela que aseguran a su frente, y de ahí la cargan hasta su destino. Los niños salían de sus casas rumbo al colegio, algunos con sus machetes y jugando a las peleítas con sus amigos: era día de Educación para el Trabajo y necesitaban sus herramientas.
Hunamp Ku, albergue que me habían recomendado unos antropólogos, es una casa (como me enteré ya adentro) de meditación mántrica, maya, veda; es una casa galáctica, esotérica, que combina las meditaciones sobre las Trece Lunas con Teorías energéticas sobre el tiempo y el espacio. Hunamp Ku significa “Dios” o “energía divina” en veda. Debajo del letrero que leía su nombre y resguardado por una imponente construcción de cañas, madera y palmeras, me vi de pronto tocando el timbre de esta aventura. Se escuchaban unos tamborileos, y aunque el miedo me abordó, un joven de mi edad y con zapatillas all-star azul brillantes me recibió y me dio la bienvenida a la casa. No me dijo nada, subió las escaleras de piedra y entre una selva inhóspita y amplísima, me llevó hasta una terraza paradisíaca, con hamacas colgadas en columnas mayas, con mil estatuas de animales, cartas esotéricas, mapas del universo, dibujos de la selva, atrapasueños… y hasta una casa de perros pintada como si fuera un pequeño cielo estrellado: un perrito asustado me miraba desde adentro. Josué era flaco, rapado, vestido como citadino y muy limeño él, aprovechó para contarme sobre la magia del sitio, la energía cósmica que lo rodea, los rituales de fuego y ceniza que realizan, y demás bendiciones que lo habían llevado a vivir ahí 8 meses cuando en realidad fue enviado por una empresa donde trabaja a hacer una chambita de 1 semana. Javier y Claudia, la pareja que administra el templo, salieron a recibirme y me abrazaron con cariño. “Agradecemos a la Luna y al Sol por haberte enviado a nuestras vidas”. Yo los miré sonriente. Eran buenos dando bienvenidas, sin duda. Miré hacia la puerta de salida, solo por si acaso.
Claudia fue a preparar mi cuarto, un cuarto rústico muy acogedor, con todas las facilidades del mundo, tomacorrientes, lámparas, cuadros, insertado en mitad de la selva, con una hamaca personal en la puerta desde donde puedes ver las estrellas, y con unos parlantes Sony buenazos por donde se escuchaban los tamborileos de la jungla. Javier, mientras tanto, me llevó a recorrer el lugar. Anicke, una maestra francesa ayahuasquera había soñado este lugar en una de sus sesiones con la famosa planta de nuestras notas, y la planta antojada le había dicho que construya un sitio como este al servicio de la tierra y la naturaleza, donde el hombre pueda encontrar nuevamente la comunidad con sus otros: una eco-aldea. A esta pareja de jóvenes se le había sido concedido este espacio mientras Anicke viajaba por otros universos (no entendí bien esa parte, pero supongo que había ido a visitar a su familia). Javier era el líder de la eco-aldea: “Yo soy como un hermano más pero organizo este punto del universo, supuestamente” (Javier tenía la mala costumbre de poner en supuesto todas sus creencias).
Ayahuasca y miles de plantas estaban por todas partes. Estoy hablándoles de una manzana entera donde estaba construido este local. Y había mil caminos, templos, baños aromáticos, bibliotecas, cocinas, hornos gigantes donde hacen pan juntos, y 4 habitaciones para visitantes (como yo). Las plantas tenían letreros donde decían: “No me mates”, “no me destruyas”, “soy la esencia de la vida”. En el centro del local, había una gran columna pintada a mano con diseños mayas que servía de antena con el universo, nutría a la tierra de un poder multiforme, y al ambiente lo cargaba de una densidad cósmica. (Pequeña, estaba arquitectónicamente diseñada de manera perfecta con el universo, según me dijeron respetando sus formas hexagonales). Yo asentía ante tanta información, cargaba mi pequeña mochila y me abrazaba muy fuerte a mi destino, el cual sentía peculiar e incierto. “Es el centro de un universo galáctico, supuestamente” mencionó Javier. Los insectos eran más grandes en Hunamp Ku, unos bichos enormes que caminaban por todas partes. Una araña quiso treparse a mis zapatillas y la pisé con mucha furia. Una hormiga negra del tamaño de un perro me mordió en el brazo (no me picó, estas muerden) y tras asesinarla, su rastro en forma de roncha creció en mi brazo solemnemente. Un minuto después, Javier agarró un bicho entre sus dedos y lo depositó en el suelo: “en el templo, no matamos a los insectos, porque ellos son supuestamente parte de la naturaleza”. Recordé mis dos crímenes anteriores (junto con las arañas aplastadas por los ladrillos del cuarto de Don Juan en Taca) y me embargó la risa, pero también el arrepentimiento. Por un momento, me imaginé raptado por estas personas, acusado de crímenes de lesa humanidad (más bien, animalidad) y sin más testigos que el ayahuasca y demás plantas parlanchinas. “¿De todos los lugares, por qué aquí?”, pensé. A Javier le sonreí complacido.
El baño, amigos, el baño… ¿recuerdan que les dije que en San Roque había baños? Bueno, en Hunamp Ku, justo donde yo me alojaría ese día, no había baños porque la idea era renovar nuestros restos con la tierra, desde donde provenimos. Un cuartito de 4 metros cuadrados, con apenas unas paredes de metro y medio de caña, y un huequito muy cómodo (tenía cojín) fueron presentados por mi estimado Javier como el baño. Luego de hacer mis necesidades, debía hacer todo un ritual con aromas florales, quemar unas hojas al lado del pozo, tapar mis recuerditos con granos y semillas de mil plantas que aguardaban en un saco y lavarme las manos con el agua de unas canaletas que atravesaban todo el templo. Si mi necesidad era distinta y más simple que esa, podía hacerlo donde quisiera siempre y cuando mezclara mis fluidos con agua para no dañar el crecimiento de las plantas.
“En Hunamp Ku tu estadía no tiene precio”, rezaba un gran aviso al centro del local. “Vaya”, dije, “locos… y ad honorem”. Pero seguí leyendo: “Lo único que necesitamos de ti es tu energía monetaria: S/33 (alguno de ellos había estudiado marketing, de hecho) y que compartas con nosotros algunas tareas. Aquí nadie es servidor de nadie, todos somos hermanos y aprendemos juntos”. Cuando llegué al cuarto, entendí eso de “nadie es servidor de nadie”: había una escoba esperando en la puerta de mi cuarto. Luego de limpiarlo, amablemente me invitaron a sembrar unas hortalizas nuevas (pero siendo parte de la pensión, ¿cómo negarme?). Arrodillado, malhumorado, pensando en Tarapoto y la comodidad que ya me había ganado, sembré una veintena de plantas con mucho amor y compasión, tras algunos rezos que me enseñaban. La mitad de ellas fue sembrada sin rezos porque mis compañeros me dejaron solo y yo quería terminar temprano para caminar por el pueblo.
Para colmo, eran vegetarianos. Todos hicimos el desayuno. Josué hizo avena con quaker y frutas muy dulces, Rodrigo (con su pinta de Jesucristo superstar) hizo una ensalada de plantas raras, yo hice un jugo de 25 naranjas que me dieron para exprimir y Javier hizo un té aromático. En el almuerzo, Claudia hizo un rissoto sin queso de quinua con brócoli y col, carne de soya molida y mucha ensalada. En la cena, hubo más ensalada y más quinua. Me hicieron reflexionar sobre la comida que suelo ingerir, y me explicaron mil razones por las que el universo tiene frutas y plantas a nuestra disposición. Que debo liberarme de las grasas que atormentan nuestro espíritu. Que debemos dejar los vicios del alcohol y rechazar el sexo como una actividad cotidiana y profana. Que debemos vivir nuevamente entre la selva, encontrarnos en la naturaleza: “el espíritu se alimenta supuestamente de tu vida material, no le quites la oportunidad de expandirse dentro tuyo”.

“Tú has venido a enseñarnos algo, qué cosa crees que es?”, preguntaba Rodrigo a cada rato. Yo había permanecido en silencio mucho tiempo. Así que decidí contarles algunas de mis notas de campo, y mi vida en Lima, sobre ustedes, sobre las personas que quiero y los caminos que he elegido. Fueron muy amables y todo el tiempo respetaron mis ideas. Entendí que no querían convencerme de aplicar las suyas, que me dejarían ir sin fanatismos. Ellos escucharon atentos. Toda la noche fueron mis escuchas más entusiastas (tan entusiastas que se fumaron todas las plantas que pudieron encontrar en su jardín mientras relataba mis historias… fumaron hasta el anís que yo tomaba). Les conté de mis alergias y que en la selva no había sufrido de eso. Me animaron a concentrar mi mente en eso, que la alergia era un producto de mis miedos más intensos, que el estrés me había comido y que debía liberarme. Cantaron una canción y proseguí.

Tras muchos tés míos y muchos humos suyos, Rodrigo se levantó y me dijo que yo había ido a enseñarles muchas cosas sobre el país, sobre la gente, sobre la comunidad… que era una persona con una energía galáctica especial, que no la dejara ir. Rezaron, y yo también recé. Cantaron (y me pasaron el cancionero) y yo también canté. ¿Qué piensan de ese momento? Saltamontes en mis piernas (a los cuales no podía matar frente a ellos), cantos, unos humos extraños (felizmente fuera de mí), mucho té, mucha energía y, sobre todo, mucha fe. En estas personas había más fe que en muchos cristianos que conozco. ¿No es, en ese sentido, lo mismo rezar al dios que has elegido como parte de tu vida con tal que creas fielmente en él, que no tengas dudas de su existencia, de su amor; con tal que pienses que lo que haces es correcto y vivas en cooperación y comunidad con tus semejantes? Yo viví ese momento como si lo hubiera estado haciendo con mi propio dios. El rito es un canal de comunicación, no es el fin en sí mismo. Recé por todos ustedes y por mí. Estaba en medio de la selva y no iba a perder la oportunidad de robarme alguito de esta energía.
En la mañana, me despidieron con un fueguito muy simpático que prendieron en una pirámide de cobre, muchos cantos otra vez y sus manos con las mías. Me asusté mucho, todo era un poco “freak” para mí, pero estaba muy emocionado también porque lo hacían desinteresadamente (salvo, por la energía monetaria, claro). Me dijeron que era un canto para sanarme y sanar a quien yo más quisiera. Me lo tomé muy en serio. Total, a fin de cuentas, pensar en quienes más quieres, siempre es mejor sea en mitad de la Selva más densa o en la mitad de tu iglesia más cercana. Me pidieron que algún día regrese, que me agradecían por las enseñanzas, por el respeto, por haber llegado a sus vidas y dejar algo… yo hice lo mismo. Josué, Claudia, Rodrigo y Javier han sido lo más bizarro de San Roque, y dudosamente olvidaré lo que ahí vi y sentí.En el almuerzo, los habitantes de San Roque me despidieron con hormigas fritas. Son muy ricas, parecen chizitos, negros… Al comérmelas, sentí una dulce venganza en mis labios tras muchas mordeduras de ellos y de sus parientes, los zancudos de la selva y de Taca. Comí mucha fruta y me tomé las últimas fotos. Javier llegó en bicicleta hasta donde la tolva a despedirse. Quizás mi visita y mis historias fueron también bizarras para ellos. Ojalá que sí. Siento más que nunca que podemos aprender de las costumbres más extrañas de nuestros semejantes, que nunca hay que cerrar los ojos ni los oídos a lo que el mundo te ofrece, que la vida es un camino largo, largo, largo, de infinitos aprendizajes. La gente la vive contigo y luego se hace a un lado para dejarte ir. Gracias San Roque por dejarme ir. Ya es tiempo de regresar a mi casa, a mi vida, a mi gente, a mi pequeña.

Notas de Campo 3: Güero y el Ayahuasca

Domingo 28 de Mayo de 2006
10:41pm

Ayahuasca. La liana de los muertos.
Supongo que algunos de ustedes, entendidos en las artes shamánicas de nuestra selva, alguna vez escucharon hablar de esta famosa práctica místico-alucinógena que en mis días tarapotinos ha venido a presentarse ante mí como un gran rito posmoderno. Los que me conocen de veras, sabrán que no la realicé; pero sí abrí mis ojos y mis oídos para vivirla tras las bambalinas y entenderla. Al frente de La Patarashka, nuestro amado hotel (con baños) donde vive Domingo y sus berrinches, están sembrados los locales malosos, motos, pantallas gigantes con videos estridentes, y repletos de cerveza San Juan. En la noche de mi cumpleaños, fuimos a uno de estos locales a tomar unas San Juan y conversar sobre nuestras escuelas, nuestros profesores y sus realidades. Fue allí que conocimos a “Chinín”, el dueño de uno de estos bares, muy chino él, y muy cortés, también. Y muy cariñoso, también. Como yo resulté ser casi su tocayo (esto del nombre compuesto con el Jose y sus miles de variantes me convierte en tocayo de medio país), me abrazó y contó muchas aventuras selváticas. Otro personaje fue el famoso Herbert (leerlo con acento selvático), chamán y músico de fusión, a quien conocí a través de Sonia: "Con él yo he hecho ayahuasca". Fantástica esta manera de "hacer" y no de "consumir"... simplemente fantástico. Así que decidí informarme sobre esta aventura tácita de “hacer ayahuasca”, la planta que habla.

Aya es un vocablo quechua que significa “muerto” y huasca, “liana” o “planta”. La liana de los muertos es una planta maestra de la selva, no sólo de nuestro país sino de Colombia, Ecuador y Brasil y que es adorada por los maestros chamanes de nuestro oriente como capaz de “hablarnos desde nuestra propia conciencia”. Se cree que la planta tiene el poder visionario de liberarnos, ayudar a encontrar respuestas ocultas en tu subconsciente y que tiene la atribución de hablar contigo apropiándose de tu voz. El Ayahuasca se combina con otra planta de la zona, la chakruna, que tiene los mismos elementos químicos que son causantes de nuestros sueños y que se contienen en el cerebro. Unidos en una sola bebida que es hervida hasta quedar espesa como chocolate, es colada y ofrecida a los iniciados en el rito. Si participas de la sesión de Ayahuasca, no puedes ingerir alimentos muy grasos, ni alcohol, ni haber practicado sesiones amatorias: se trata de una liberación espiritual y debe encontrar tu cuerpo lo más ascético posible. Cuando el rito da inicio, son las 9pm y estás en un gran círculo junto con otros iniciados: el chamán pide permiso a la planta el inicio del rito y esparce el humo de un tabaco muy denso en la habitación. Debes permanecer sentado muy recto para preparar a tu cuerpo de la sensación multiforme del ayahuasca.
Luego vomitas. La acción de devolver algo maligno que habita en ti es un acto espiritual que tu cuerpo te provoca y que carece de aquella connotación denigrante o hasta humilladora que a veces el vómito nos ocasiona: “se trata de devolver, no de expulsar algo que necesitas”. Tomas la bebida y esperas unos 20 minutos a que la planta encuentre el momento de empezar su camino. La música en los tambores, piedras y demás instrumentos del chamán activa el efecto de la planta y esta empieza a hablar, te lleva por caminos sinuosos de tus sueños y te da el control de entrar y salir de ellos cuando quieras. Ves a tus muertos y a tus vivos, te dicen lo que no quieres escuchar de ti, y la planta te aconseja qué debes hacer. Puedes abrir los ojos y salir de aquella conexión alucinógena, y luego cerrarlos y encontrarte con ella donde la dejaste. Luego te duermes, y dicen que a la mañana siguiente eres una persona nueva.
Los turistas vienen de todas partes del Perú y del mundo a conversar con la planta y hacer de un rito selvático un manual práctico de autoayuda que yo, en mi particular opinión, considero individualista y posmoderno… No pretendo ni quiero moralizar estas notas de campo y decirles que estoy en desacuerdo con el ayahuasca, ni tampoco hacer una apología ni extenderles una invitación al rito pues escapa a mis capacidades de persuasión. Pero sí quiero que entendamos el ayahuasca como un fenómeno donde la magia y la ciencia encuentran un espacio en la modernidad donde convivir, donde sobrevivir; la primera, acudiendo a la música, al folclor, al mito, a la tradición fantástica y milenaria de nuestros ancestros y su respeto hacia el poder la naturaleza (así como lo tenían los taqueños en Ayacucho a los cerros o “apus”); la segunda, dándole a la práctica un asidero empírico con argumentaciones y pruebas químicas, alucinógenas, biológicas. Eso es lo que sorprende mis sentidos cuando escucho a la gente decir abiertamente: “hagamos ayahuasca”. Es que no se trata de una fe basada en la tradición, en aquello que jamás tendrá explicación pero en lo que crees fervorosamente, no se trata de una creencia mística en un poder sobrenatural y divino que vive en la naturaleza y en la cual quieres participar desinteresadamente. No se trata de una práctica religiosa de raigambre netamente subjetiva, que sobrepasa la explicación, que convive contigo como un credo sublime. El rito ahora tiene una fundamentación científica, una explicación lógica sobre los efectos químicos exactos que te producirá beber la planta. Esta “hablar con la planta” se convierte en un “hablar con la ciencia”: he allí cuando siento que se trastoca en un rito posmoderno; interesante, hasta respetable, pero sin ello que convierte a un rito tradicional en tal: la mera fe.
Tarapoto ha vendido sus ritos a la modernidad, es un collage desordenado de tiempos y espacios que a veces se enfrentan en silencio. Prefiero hablar conmigo en la lucidez de esta selva fantástica que subyugarme a conversar con una planta que me habla entre las sombras y entre los sueños.
El último día que estuve en San Roque esta semana pude conversar con la profesora Cecilia sobre algunos mitos que controlan el comportamiento de los niños y los adultos en la zona. El Chulla Chaqui, por ejemplo, es un demonio que se disfraza de anciano para raptar a los niños y divertirse con ellos. Es un demonio risueño, como sus pobladores. Lo encuentras en los caminos de la selva, muy viejito, con un pie de recién nacido, deforme, pequeño, que no puede apoyar con firmeza y que siempre intentará ocultar de tu vista. Si lo encuentras y estás perdido, debes ignorarlo, no seguir sus bromas, no intentar guiar sus pasos. Si te rapta, te cuelga de los cabellos en las lianas de los árboles y entre bromas “que solo los demonios conocen cuáles son”, te destripa y te convierte en alimento de los animales. Otro personaje que cabe nombrar en la historia es la Acchivieja, una anciana gorda, arrugada, arrugada, que se disfraza de “abuelita buenita, diga” para invitarte un pancito dulce o una fruta brillante. Es una anciana temible que solo quiere llevarte al lado de los muertos y que tiene una risa incompleta, de dientes temblorosos y un olor a chivo profundo y retador.Los gallos bailarines y pedigüeños que en Taca eran poseídos por el demonio, o las Jarjachas poseídas por espíritus pecadores e incestuosos que viven en nuestras punas, son ahora entendidos en la selva como demonios perversos pero burlones, como ancianas temibles pero risueñas. Es gracioso. Los mitos que nos enseñan lo que no debemos hacer, se parecen tanto a nosotros que pareciera que en realidad sirvieran para extirpar aquello que más odias de ti. La Sierra está plagada de tristezas aun no resueltas y sus demonios purgan eternas culpas y representan temores muy básicos; la Selva está amurallada de risas cándidas, y sus demonios se burlan del miedo que causan, juguetean con su víctima y están representados por los ancianos: aquella faceta tradicional de la que Tarapoto tanto desea huir, a la que tanto desea dejar atrás para abrazar la modernidad, a la que en el mito debes ignorar. Nuestros miedos también se parecen a nosotros mismos, y poco a poco vamos desarrollando estrategias para vencerlas. Por eso poco a pocos nuestros Cucos de toda la vida ya no atemorizan como lo hacían antes. Y nuestros ritos de fe a los que nos asíamos con tanta fuerza empiezan a exigirle a la historia menos magia y más objetividad. ¿No es increíble?Esta noche debo dormir temprano. Mañana viajo en la terrible tolva y llego a San Roque otra vez. Hay un albergue esotérico maya que me espera. Pretendo quedarme una noche a compartir la visión del pueblo, a perderme con los Chulla Chaquis y las Acchiviejas y reírme un poco de mis propios miedos.
Hasta mañana a todos.

Notas de Campo 2: Güero y la fruta en San Roque de Cumbaza

Sábado 27 de Mayo de 2006
10:55pm

El viernes conocí a Domingo.
Domingo es un guacamayo turquesa y amarillo que vive alrededor del cuarto donde me alojo en la Patarashka; es enorme y se ha encargado de espantar a todos los loros que le presentan. Al otro guacamayo, Lorenzo, le dice “feo” todo el tiempo y le lanza cecina de rama a rama. Ayer en la tarde, estaba trabajando mis fichas de observación en la terraza del hotel cuando Domingo hizo su aparición. Se reía e intentaba repetir las vocales que su dueña le había estado enseñando. La “i” era su tortura y nunca podía pronunciarla bien; cuando terminaba con las otras cuatro vocales, gritaba enfurecido y le decía “feo” a todo aquel que veía. Como a mí. La dueña del hotel estaba recostada en la hamaca (como hacen todos por aquí a la hora de la siesta) y no le tomaba atención. Domingo gritaba, arrancaba las frutas que veía en las ramas, atacaba a los perros amantes de los que les hablé, y destruía todas las cañas y las hojas de palmera de los techos. Esa “i” era como una piedra en su zapato, o en su pata. La dueña lo carajeó y le dijo que no importaba, que algún día lo haría, que no fuera tan necio. Domingo no entendía y seguía en pie su berrinche. La señora le lanzó una fruta y golpeó al pobre animal. Se recostó en la hamaca y Domingo asomó su pico nuevamente. “Ya, te perdono, ven”. Domingo bajó hasta la hamaca y empezó a despiojarla, ella sacó unos gajos de mandarina y se los regaló. Fue una gran reconciliación. Domingo me miraba con uno de sus ojos, satisfecho, como un niño cuando logra su cometido tras patalear en el suelo.

Hoy Domingo logró decir la “i”. Yo no la escuché, pero todos dicen que así fue. Debo creerles, ¿quién mentiría con una meta tan difícil de alcanzar? La naturaleza también intenta hacerse notar a veces, y se enfurece cuando sus designios no son logrados. Nuestras “íes” a veces son como las de Domingo. Pataleamos hasta conseguirlas. Y aunque obtenemos una sanción, luego viene la recompensa y el apoyo. Luego, el resultado. Gracias a los que soportan mi camino hasta las “íes” que me propongo.

Cuando logré encaramarme otra vez en la tolva hacia San Roque (ese día no hubo sacos qué cargar para mi suerte, sólo botellas de chicha y maletines), el cielo estaba nubladísimo y no tenía que ser muy chamán para saber que esa tarde llovería. 40 minutos y una pequeña lluvia en mi pelo, y finalmente llegamos al colegio. Ese día vería clases de Comunicación y me entrevistaría con la profesora Cecilia, era un día de trabajo intenso desde las 7:30 hasta la 1pm.
El colegio, amigos, es un patio de pasto duro rodeado de tres pabellones de aulas, con sus techos de calamina brillantes (porque son lavados naturalmente por la lluvia) y oh! Sorpresa, con baños; es más, con muchos baños. Es más, todas las casa de la comunidad tienen baños, inodoros multicolores en todos lados. ¿Es que acaso la pobreza de San Roque ha priorizado los baños antes que otras necesidades? Yo diría que sí, no parece lógico pero en el fondo es bastante coherente. La alimentación de estas personas se basa en plátanos, naranjas, plátanos, uvas, coconas, plátanos y más plátanos. “¿Cómo podría uno morirse o enfermarse en la selva, profe?” me dijo Víctor ayer. “Acá no hay desnutrición, es cuento. La gente tiene que informarse sobre la fruta y sus poderes”. Es cierto. Pero más cierto aún es que tal cantidad de plátanos y frutas no podría ser la dieta básica de la gente de Taca, verdad? Donde no hay baños, los jugos no son muy bienvenidos. Me impresiona pensar entonces en las caras que tiene la pobreza y las estrategias que usa para decidir qué es más importante en la vida de las personas en las que se aloja: en Taca, la prioridad era lograr tener agua y los servicios higiénicos no eran tomados en cuenta como una necesidad importante. En San Roque, no les importa no tener agua (¡tienen un río!) pero sí tener un inodoro en su casa.
El colegio cuenta con una piscina natural donde viven y se reproducen más de 15 mil peces, criados por los mismos alumnos y vendidos en Tarapoto. El primer día que me asomé, un lagarto se había colado en el cardumen, era pequeño y solo vi sus dos ojos flotando inertes. El profesor Víctor lo cazó esa noche. Dicen que no hay muchos lagartos en la Selva Alta, pero eso dijeron de los felinos salvajes, y el jueves en la mañana vimos uno a lo lejos en la parte más poblada de una colina lejana. También tienen un huerto con mucha fruta, un laboratorio de química y biología, con esqueleto y todo; un jardín de diversión donde juegan los pequeños de Inicial, y baños (ya dije eso, no? Disculpen, saben cómo es eso importante para mí desde hace un tiempo). Pero no se confundan, no vayan a creer que es un colegio pudiente. Sin duda, hacen artificios para escapar de la pobreza en la que viven, y logran mejores resultados. Pero viven en la suciedad y el polvo (por más que barren y barren, el polvo nunca se va); solo los petisos tienen derecho a almuerzo en el colegio, los de secundaria vienen sin desayuno; las pizarras son un adorno, están tan percudidas que nada de lo que se escribe podrá ser leído (sin embargo, tienen todas las tizas que a Taca le faltan); muchos alumnos no tienen zapatos ni uniforme.
Los alumnos se me acercan, hacen como que conversan por mi celular, agarran mi discman, se ponen mi mochila, se ríen de mis lentes porque son un poco azules, se ríen de mis brazos porque están picoteados por los zancudos de Taca, me preguntan dónde vivo, quién soy, por qué vengo, cuándo me regreso, si quiero chicha, si quiero naranjas y si me gusta escuchar Backstreet Boys… los niños de San Roque han aprendido a comunicarse mejor que nadie, no le temen a la gente forastera, quieren saber más del mundo y no permiten que los mires con pena. Las chicas viven adelantadas de los varones, son muy listas y no se dejan burlar por su género; si algún chico les dice que deben ir a cocinar o a lavar al río, más de una es capaz de levantarse en mitad de la clase y golpear en la cara tremenda ignorancia vestida de niño. Los niños de Taca se tapaban la boca cuando se escuchaban en español; a los chicos de San Roque hay que taparles la boca para que dejen de preguntar. Son risueños y nada les molesta. Viven con una sonrisa todo el tiempo. ¿Es menos pobreza porque existan sonrisas?, pensaba de regreso. Los maestros no consideran que tengan problemas. Han adoptado una actitud bastante autosuficiente y pocos han sido capaces de reconocer errores o limitaciones. Cuando les preguntas sobre cosas que faltan, te dicen que las van a mejorar… que no nos preocupemos. Cuando les preguntas cuáles son los problemas de los estudiantes en San Roque, te dicen que ven mucha televisión. Cuando les preguntas cuáles son los problemas de enseñar a adolescentes en zonas rurales, te dicen que a veces caen en la prostitución pero que es culpa de la influencia de Tarapoto, cuna de la degeneración sexual en venta. ¿No es increíble, amigos, cómo la pobreza se reproduce a sí misma muchas veces? ¿Cómo se niega a mirarse un momento y reconocer que necesitan recursos para seguir adelante; sin que ello, claro, signifique olvidar el tremendo desarrollo que han logrado? En San Roque, yo admiro que hayan maquillado tan bien las carencias, pero no me engañan. Se siembra muchísima fruta pero nuestra amada tolva no es el mejor vehículo para sacarla al mercado de la ciudad, o sí? Hacen un vino afrodisíaco muy particular (que estoy llevando en una botella a Lima) pero no lo venden en grandes cantidades porque sus vecinos en San Antonio, “hacen uno mejor”. Sin infraestructura, sin apoyo de las autoridades, sin caminos, sin técnicas de cultivo, sin humildad, tampoco se puede salir de la pobreza. Taca y San Roque comparten una misma situación, pero no comparten la misma visión de sí mismos.
La clase de comunicación es interesante, no hay duda. Practicaron los elementos de la Entrevista y se juntaron en grupos para preguntarse mil cosas. Señalaron que la mejor entrevistadora que conocían era Magaly y que la mejor entrevista que habían visto era una que le había hecho la CNN a Osama Bin Ladem. ¡Dios! No sé si me impresiona más lo de Magaly o lo de Osama, pero la televisión sí que vive en las cabezas de estos alumnos. La profesora es muy cercana a ellos y hacen una clase muy amena. Sin embargo, cuando intentaron leer un cuento, el universo cambió. Tuvieron que leer el cuento 7 veces para que la profesora consiguiera que los chicos lo entendieran. ¿No es increíble cómo la comunicación puede ser tan injusta a veces, dejarse desarrollar tan bien oralmente y ser tan estricta para dejarse leer?

Almorcé una caldo de gallina donde la señora Anita con Víctor y la profesora Cecilia. Y luego una tilapia frita deliciosa, con ojo y todo. Unos plátanos hervidos y mucho jugo de tumbo. Naranjas, plátanos y más plátanos. Víctor hablaba de Ollanta y de su discurso autoritario: “¿Ese tipo cree que soy cooooojudo, diga? Ya hemos aprendido de los terroristas, y de las armas y eso, como para que venga él a decirnos que la violencia es la solución… la solución, profe, es una carretera, camiones, el TLC, un mercado…!” Víctor es bastante lúcido y aunque critica a Lourdes y su falta de llegada hasta pueblos como San Roque, lamenta que la gordita no haya llegado a la segunda vuelta. Víctor quiere que me quede en San Roque un día a dormir. Y tiene razón. Vivir en Taca esa semana me hizo comprender muchas cosas que aún no puedo percibir de San Roque. El lunes pasaré la noche en un hospedaje medio esotérico de la zona. Estoy seguro que ese día merecerá una nota de campo muy particular.

La tolva regresó a la 1pm con unos hatajos de leña en decenas (de solo pensar que tendría que cargarlas todas, casi me desmayo). No cabía nadie en la tolva y algunos jóvenes estaban trepados encima de la leña. Me vi de pronto en la foto de algún reportaje noticioso de canal nacional como una más de las víctimas que a veces de manera indiferente vemos en la parte policial de los medios de comunicación. “Joven estudiante muere al ser aplastado por la leña en un camino en la mitad de la selva peruana” Me trepé en el parachoque y planeé la mejor manera de sobrevivir. Me senté encima de la leña con las piernas en el aire, mi mochila bien agarrada en mi pecho, y mis ojos mirando el paisaje de Lamas. Qué suerte la mía. El carro avanzó unos kilómetros y se le bajó la llanta. Luego, empezó a llover amablemente. El chofer (tal como yo en mi bocho) no tenía gata ni llanta, solo una gran sonrisa y muchas risas compartidas por los pasajeros. Mi sonrisa ecléctica los acompañó por unos minutos. Cuando me acordé del lagarto y del tigre a lo lejos, la borré de mi cara. Esperamos a que una camioneta de los franceses pasara por ahí y nos auxiliara. Así fue, y retomamos nuestro camino. Llegué a Tarapoto a las 6pm con harto calor y recontra mojado.
Mis compañeros tienen historias parecidas, así que esa noche nos divertimos mucho con todas ellas. Tomamos un batido de uva espectacular, comimos cecina con tacacho y vimos un especial en Discovery Channel sobre un aventurero inglés que se mete en las comunidades más perdidas del mundo a conocer sus culturas. Quizás postulemos a tal programa, poco o nada nos falta para hacer nuestro propio reality show acerca de la verdadera cara de nuestro país. Y no solo eso, hoy tuve el encuentro (o el desencuentro en realidad, porque solo fue narrativo, no vivencial) con la parte más postmoderna de Tarapoto y sus delirios alucinógenos que pueblan las noches shamanescas de la ciudad. Se sorprenderían de lo que la cultura del chamán ha logrado en nuestra Selva para convertir efectos de la droga en paraísos místicos de autoayuda. Si es que nunca han escuchado de ello, mañana lo conocerán.Un abrazo para todos los que cada día se integran más a esta historia (porque sé que son más cada vez y aunque no los conozco, me alegra compartir estos viajes con ustedes), para mis amigos y sus saludos de cumpleaños tan cálidos, para mi familia a la que extraño mucho y un besazo para la princesa selvática que me está esperando en Lima.

Notas de Campo 1: Güero sobre una tolva en Tarapoto

Jueves 25 de Mayo de 2006
7:51pm

Feliz cumpleaños, Alex. Aunque no estoy por allá contigo, pretendo que vivas conmigo tu nuevo año con muchas sonrisas.

He aquí mis primeras notas de campo. Tarapoto es una ciudad multicolor en el medio de la selva. De las casas de barro oscuras y marrones de nuestra añorada Taca, los invito a recorrer conmigo una ciudad plagada de celestes con violeta, rojos fortísimos al lado de azules eléctricos, polos vanguardistas y eclécticos en los cuerpos de las señoras más rollizas de la región y por debajo, una falda setentera de mil pliegues de colores: es como si un niño hubiera estado jugando con los matices de la pantalla del televisor y hubiera dejado todos los colores patas arriba.
Los simpáticos ciudadanos de la zona han desarrollado la virtud de combinarlo todo. La plaza es celeste, pero tiene un monumento incomprensiblemente rosado, y claro, bancas verdes y rejas blancas. Los personajes de este piso ecológico visten con sonrisa pelada además, no he visto gente tan feliz caminando por la calle como acá. No te saludan con un “buenas” sumiso y aterrado como en las calles de Huamanga, sino con un desfachatado “¡hola pe’ qué tal!”. Son dos mundos diferentes en un solo país. ¿Somos los mismos? ¿Qué es esto, entonces, que tanto llamamos identidad, que llamamos nación, qué compartimos en la práctica realmente si nuestros códigos para socializar son completamente antagónicos en la sierra y en la selva?

Ollanta está en todas partes, y sus mitines llegaron hasta Lamas hace unos días. Sin embargo, se sorprenderán de lo lejos que está Ollanta de estas sonrisas. Nuestro país ha crecido mucho, ha madurado y no piensa retroceder con la violencia ni con el odio. Como siempre, adelanto mis juicios antes de compartir los hechos. Piano, piano. Al principio, entonces.

Así como nos cacheteó el frío en 3 grados centígrados en la piel y nuestros labios se curtieron cuando pisamos la tierra huamanguina, esta vez un gran sauna tropical nos despeinó en el aeropuerto de Tarapoto, la ciudad de las palmeras, y nos zambulló en sus 28 ardientes grados centígrados. Éramos los mismos 5 compañeros de la primera odisea, solo que ahora con mucho menos ropa encima y con más experiencia debajo. Un gracioso chofer nos llevó hasta la Patarashca, un hotel muy rústico donde se alojan muchos turistas, 3 loros que se llaman Pepe, una pareja de labradores amantes que aprovechan TODAS las noches para entregarse a sus instintos animales y un majás (aún no conozco el verdadero nombre de este singular animal cerdo-roedor), animal del cual pude probar la carne a las pocas horas en el restaurante de a lado. Frente a la calle, hay un conjunto de lugares donde vive la diversión, la cerveza, la noche y parece que también la degeneración: la hemos llamado una suerte de “Calle de las Pizzas selvática”.
A la mañana siguiente, comenzó la travesía. 7 de la mañana y cada uno partió hacia su poblado. Preguntando, preguntando, debíamos hallar el carro que, en mi caso, debía llevarme a San Roque de Cumbaza, un poblado menor en el distrito de Lamas. Tarapoto es una ciudad poblada por motos y motocarros. Ellos son el ejemplo de la individualidad y la diversidad. No hay dos iguales pero al estirar la mano para llamarlas todas (a)parecen las mismas. Sus tolditos, sus llantas, sus letreros, sus gorras: todo los caracterizan. Los letreros en las calles son de motos; los seguros que se promocionan versan sobre accidentes en moto; la Curazao no vende refrigeradores sino motos; y los comerciales de cerveza no tienen chicas, tienen motos. La cultura de la moto en Tarapoto está muy arraigada, son pocos los automóviles que recorren la zona. El motocarrista que me llevó al paradero me preguntó mi nombre: “Eres mi tooooocayo, di? Yo soy Jose Luuuis también”. Nunca mi nombre había sonado tan musical. Creo hoy más que nunca que las letras de nuestro alfabeto tienen sonidos y acentos escondidos en las lenguas de las personas más simpáticas del mundo. Jose Luuuuis me prometió recogerme todas las mañanas del hotel a las 6am. Hasta ahora no lo he vuelto a ver. Quiero creer que olvidó el dato del hotel o que he confundido esta amabilidad en un sórdido deseo de verme identificado en el Otro.

El “carro de San Roque”, señores, es realmente una camioneta con tolva donde llevan plátanos, naranjas, animales, machetes, comerciantes, a los profesores de los colegios próximos, y ahora a mí. Se sorprenderían de lo rutinario de estas movilidades, el chofer es siempre el mismo y los pasajeros, también. Una señora me comentó que ella viaja a San Roque hace meses y nunca había visto a alguien nuevo en la tolva. Tanto así que mi llegada a la bendita tolva les resultó muy peculiar y casi ni encontré sitio para pararme. “¿Usted no es de Tarapoto, diga?”, me dijo una señora mientras acariciaba a su perro. “Es lindo, ¿diga? Yo no puedo vivir lejos de Tarapoto”. Terminar las frases con el “diga” o con el “di” es una convención lingüística de toda la zona, y es un poco perturbador pues es casi un pedido obligatorio para responder.

La tolva es el lugar más incómodo en el que he viajado en mi vida. Si no estás siendo pisado por las chancletas de algún campesino reilón, estás siendo atacado por la leña en el pantalón o por balones de gas que caen encima de tus pies, o lamido por los animales más extraños o golpeado sin piedad por algún fierro feroz cuando el chofer sortea las piedras; si tienes suerte, puedes sentarte en un madero de un extremo de la tolva, pero debo decir que he tenido poca suerte. Si eres joven y todos tus compañeros superan los 40 años, es casi una obligación tácita el tener que cargar la fruta y la leña y los balones de gas de todos los pasajeros en cada parada. Así que, como siempre somos los mismos, ya saben a quién me refiero. Los sacos de naranjas pueden llegar a ser muy dañinos para la columna, creánme.

A las 6:20am parte la camioneta con aproximadamente 12 personas y nos insertamos en la selva. Es un camino de piedra y tierra, un río que por todos los ángulos suena diferente, puentes de poca madera y una vista hermosa. Es como la vista de Ayacucho o la de Cajamarca, centenares de colinas y un cielo despejado imponente; solo que esta vez las colinas están despeinadas, enruladas, crespas, pelirrojas, agringadas, pobladas de árboles, palmeras, aves… no me creerán donde estuve hasta que estén aquí conmigo. San Roque de Cumbaza está a 40 minutos de Tarapoto. Los 40 minutos más incómodos por los que paso diariamente. Pasando San Antonio de Cumbaza, San Pedro de Cumbaza y San Luis de Cumbaza, llegas a San Roque de Cumbaza. Zona donde vivieron por años los Chancas, terribles combatientes enemigos de los Incas, que resistieron en la selva alta de nuestro país casi 100 años la ocupación de los españoles. Finalmente, Pizarro logra conquistarlos (y exterminarlos) por el año 1650 en su insaciable búsqueda por encontrar el paraíso de riquezas que llamaban El Dorado. Como nunca lo encontraron, su Gobernación tuteló a dichas zonas y les puso nombres de santos admirados por el conquistador. Son poblados menores, paradisíacos todos, con ríos hermosos donde nunca falta el agua, con alumbrado público y desagüe que les llevó el Chino (al cual adoran y extrañan) y con gente hermosa y muy hospitalaria.

El primer día que llegué a San Roque tuve que hacerlo en un carro particular ya que no sabía la hora en la que salía nuestra amada tolva. El señor me ofreció un precio especial y me llevó a mí solito. En el camino, los ronderos pararon nuestro vehículo, preguntaron quién era yo (¿qué contestarían a esa pregunta tan existencial a un hombre con un machete en la mano y un fusil en la espalda?) Les pagamos 2 soles y seguimos nuestro camino, dejando atrás el letrero que decía: “Ayuda a los ronderos a seguir ayudándote”. El chofer me contaba que por esa zona hubo mucho terrorismo, y ahora los ronderos se habían encargado de eliminar la delincuencia con mucho éxito. En el camino a San Roque, hay muchas casas típicas de nuestra selva, como pequeños bohíos de techos de palmera, y algunas muy bien adornadas donde viven cantidad de franceses que años atrás llegaron a la zona en colonia. Un francés acompaña la tolva todas las mañanas. Mi “Je m’apelle José Luis” de mi único ciclo en la Alianza Francesa no fue suficiente para comunicarme con él; su acento selvático, sin embargo, es lo más peculiar de mi viaje.

No les contaré aún del colegio porque quiero que vivan estas imágenes con calma, quiero que entiendan que la pobreza y la valentía viven en espacios y escenarios totalmente disímiles, pero no por ello debe escondernos su pobreza. Un puente colosal, de un verde limón atroz, cruza el río donde los niños y los adultos se bañan en ropa interior. Sí traje ropa interior pero no ropa de año: hubiera sido refrescante para mi cuerpo y para mi espíritu sumergirme en esas aguas. Quizás lo haga.

La gente vive entre los árboles y las aves miles. Si alzas muchísimo la mirada y concentras tus sentidos en el medio ambiente, puedes sentir realmente que estás en mitad de los pulmones del mundo. La mata de árboles y de vegetación es tan abundante y virgen que desde donde estoy no puedo ver nada que no sea verde. Todos los pobladores se dedican a la caza o a labores agrícolas. Hay plátanos por todas partes, naranjas, coconas, y muchos machetes en las manos de la gente más sonriente.

Al frente del colegio, una señora muy humilde llamada Anita prepara desayunos y almuerzos para los profesores. Víctor, una suerte de Serapio para mí hasta ahora, enseña Educación para el Trabajo en el colegio. “¿Haaaaaablo lindíiiiisimo, diga? Yo no me avergüeeeeenzo de mi entooooooonación, diga. Es liiindo, usted se merece el respeeeeto del mundo, pero nadie habla como el de la seeeeelva, diga”. Y es verdad, nadie habla como el de la selva, sobre todo porque lo que tiene que decir viene acompañado de fondo musical, es casi como ser el personaje de una película de cine que siempre se acompaña por la música más divertida. Víctor deja un par de monedas en la mesa de la señora Anita, obtiene un machete y me abraza: “Vamos a coooomer fruta”. Me veo de pronto en la chacrita de la señora Anita donde un terreno inmenso de parras de uvas, naranjales, platanales y demás frutas flotan en el cielo de los árboles, luminosas todas, mostrando lo que mi padre siempre dice que es un regalo de la naturaleza que viene con su propia envoltura: la fruta. Corta un par de naranjas, las pela con mucha fuerza y me las arroja como si fueran pelotas de béisbol. ¡Come! Es lo que hago, son deliciosas, pero más delicioso es el momento. Único. Víctor me dice “tíralo al piiiiso nomás, todo es biodegradaaaable. En San Roque no hay baaaasura, todo se lo come la tieeeerra”. Me arroja un par de plátanos, y luego dos naranjas más. Me empieza a pasar las uvas como si fueran canicas mal infladas, y no tengo cara para decirle que estoy repleto. Me pasa el machete y me dice: ‘Saque las de arriba, profesor. Las de arriba son las más dulces.” Me río. No es posible confundir al Güero sociólogo que es real y cada día más valiente con el Güero Indiana Jones que es muy poco real. No sé por dónde empezar. “Ponga el pie ahí, profesor. Sáquelas, pe’”. No sé cómo hago. Trepo medio metro y el profesor seguía riendo. Insiste en que siga para arriba. Los zancudos me nublan la vista, los perros se divierten con mi hazaña y me ladran, las gallinas que pronto estarán en la sopa de la señora Anita me miran sorprendidas, me ensucio de la manera más melosa y casi resbalo cuando aparté la mano de una enorme punta de madera que casi me corta la piel. Ustedes me conocen, ¿se imaginan esa situación? Trepado en un árbol de mil formas y mil bolas amarillas, trepando ante la insistencia amable de este singular personaje. Estiraba la mano para agarrar aquella dulce recompensa que quería Víctor. Un zancudo logró picarme en el brazo y una hinchazón roja y caliente ha crecido en él durante todo el día como prueba. La velocidad y la adrenalina del momento consiguió de mí un par de naranjas dulces y mucho sudor. Caí al piso y Víctor se ríe. Come una y me pasa la otra: son dulces, no hay duda. Para él son dos frutas de un árbol que ha conocido toda su vida. Para mí, son dos minutos de una sensación que no había conocido en toda la mía.Es un viaje diferente, amigos. Está lleno de personas que se meten adentrito de tus sentimientos. Ellos también están observándome a mí. En la Selva, existe una mirada muy profunda. Mañana las escribo sobre el colegio. Voy a descansar y avanzar el trabajo que me lleva por acá.
Un abrazo y beso para todos.Mañana es mi cumpleaños, ojalá Tarapoto sea amable con mis 26.

Notas de Campo 5: Güero y el adiós ayacuchano

Domingo 20 de mayo de 2006
11:03pm

Es gracioso. De hecho sí me sirvió la clase de los pisos ecológicos en la clase de Geografía del profesor Quino en I de secundaria: he pasado de la región Quechua (3000-4000msnm) a la región Rupa Rupa o Selva Alta (2500-4000msnsm) en menos de 15 días. ¿Cómo así? ¡No terminó una y ya comenzó otra aventura? Termino la anterior para comenzar la nueva.Muchos de ustedes no supieron si regresé vivo o no de las aventuras de Raccaya y Taca, prudentemente me preguntaron sobre mi salud e integridad a través de sus correos: lo agradezco, estoy bien, más flaco pero más vivo que cuando salí de Lima. Mi regreso fue exitoso, lo comparto con ustedes, mis lectores amigos. El lunes después del espectacular drama digno de Tarantino (no es así, Marielìn?) de la Madre Humilde y sus fideos y su sangre y la ovación, aparecí en el colegio preparado para observar más y más clases. El Director celebró de más y sus trajines alcohólicos le impidieron regresar al colegio en los próximos días. Yo lo vi vagando por las calles de Taca con una botella de Coca Cola con un líquido verdoso y sonriendo: el director del colegio en las calles, sí. Los profesores aprovecharon y se reunieron. A los pocos días, la revocatoria llegaría a la UGEL y el querido profesor sería echado de su trabajo. Era duro pero necesario. “No es la primera vez, profe. No crea”, dijo la profesora Clara. El profesor Venancio tomó el liderazgo del colegio en esos últimos días de mi visita y me contó algunos detalles que debemos saber de Taca y su gente: acaban de negociar una indemnización con la empresa minera de la zona por 25 mil dólares, un Seguro Ambiental y mejores condiciones de trabajo para los mineros taqueños. La asamblea de pobladores ha sido muy dura en la negociación y ha lograd lo que ningún pueblo de la zona ha conseguido. Raccaya, por ejemplo, nuestro pueblo fantasma (recuerdan?) recibe apenas 600 dólares de la misma empresa, sus tierras están incultivables, sus niños se mueren en decenas por el plomo en sus pulmones: esa es la razón por la que mi visita representó para ellos un ataque, un insulto a la confianza que depositaron en los extraños… ¿Se dan cuenta? La desinformación, la necesidad, la ignorancia, la codicia… todo se junta para que suceda una mala negociación. Taca es un ejemplo de fortaleza en ese sentido. Sabemos que saldrán adelante, la pregunta es cuánto más tiempo pueden esperar.
Esa noche fue muy triste y estresante. Dejaba a tantas personas acá y regresaba a otras tantas. La profesora Clara y el profesor Freddy me han hecho jurar que les enviaré materiales, pruebas, libros… aliento, ayuda. ¿Podré cumplirlo? La profesora Clara me dijo algo antes de despedirse de mí: “Diga allá en Lima que existe Taca, pues profe. Para que manden a una persona a capacitarnos, algo”. Algo. ¿Es suficiente “algo”? ¿Sería suficiente para nosotros “algo”? ¿No pasa que podemos quererlo “todo”? ¿Por qué nos contentaríamos solo con “algo”? Me acosté listo para partir en la madrugada siguiente. Don Juan y la Gringa me despertaron a las 4am para avisarme que el carro de “Raymundo” había llegado y que me llevaría para Huancapi. Abrieron de par en par mi puerta de calamina y esperaron ahí mismo que agarrar mis cosas y les dejara el cuarto libre otra vez. No hubo despedida ni un adiós: ojalá eso signifique que algún día regresaré. La Gringa bajó la mirada y dijo un indiferente “Habrás dejado limpio, gringo”. Los mineros la etiquetaron con ese apelativo porque no cumple un requisito de la jovencita serrana de la zona: no es fácil, es dura y estricta, no sonríe por cualquier piropo de los mineros, no pide las cosas dos veces, no se ríe dos veces con la misma broma. “Se hace la difícil”, dicen. Por eso, lo de gringa.“Lo dejé como lo encontré, gringa”, respondí. Bajé mi maletín y mi mochila y atravesé el hospedaje por última vez. La Gringa no se sonrió con mi comentario, no volteó para despedirse. Don Juan, tampoco; estaba tomando su café. Las bienvenidas y las despedidas no existen donde no pasa el tiempo.
Raymundo es el chofer de un pequeño bus que lleva a todos los pobladores de la zona hasta la capital de provincia: Huancapi. Pasa casa por casa despertando a todos con una bocina espantosa y espera a que los madrugadores taqueños le avisen que no quieren viajar. A golpe de 7am llegamos a Huancapi, una ciudad muy ordenada y limpia. Apenas me bajé, un joven muy amable agarró mi mochila y me dijo: “Va para Huamanga, amigo? Le guardo sitio antes que se lo agarren” Su amabilidad me sobrecogió. Acto seguido, subió a la combi, apretó el acelerador y se llevó mi equipaje, mis notas de campo y todo mi trabajo… Qué descuido el mío, pensé. Fue el robo más estúpido de mi vida (y me han robado varias veces), tan ingenuo, tan… De pronto, apareció la combi otra vez, el chofer pasó por mi lado y me dijo: “Vaya a almorzar, joven. Una tortilla o unas lentejas. Ya vengo”. Con el mismo asombro, me quedé en silencio. No quería un desayuno, quería mi equipaje, quería irme a Huamanga. Esperé en la esquina de la plaza a que el susodicho amable regresara, hasta que lo hizo. Unos señores apristas, un perro, tres madres y sus lactantes hijos, una niña que había aprendido a leer recién y leyó todos los benditos letreros que encontró en el camino, otro perro y 5 personas más adormecidas subieron a la combi y en 5 horas estuvimos en Huamanga otra vez…
Llegué sucio y barbudo al Hotel San Francisco, rendido. Después de mis 6 baños, mi fraternal apego al WC del hotel por unos minutos, una afeitada salvaje y ropa limpia… me miré al espejo y me sentí lejos de todo otra vez. Como si hubiera sido un sueño. Estas notas de campo al menos los hacen a ustedes testigos del sueño, tal vez eso lo haga más real. Visité la plaza, las mil y una iglesias de la ciudad, los retablos, los telares. Almorcé como un turista más en una enorme plaza colonial, con sillas acolchonadas, platos limpios, aromas gentiles, texturas calientes… me sentía un forastero, bizarro, atravesado por una pregunta que no sabía explicar cuál era. Un turista argentino, bohemio, una boina en su cabeza rapada, una bufanda, muchos cigarros y una mujer adulta muy chic, la cartera y el gesto de la indiferencia, conversaban a mi lado. El argentino hablaba de las comunidades ayacuchanas que había conocido, de la multiculturalidad, del acervo tan rico de folclor que existe en el Perú, de las serranitas lindas, chapositas, “ellos viven felices, qué cosa crees? Qué están lamentándose? A mí me encanta el Perú, los niñitos corriendo por la tierra, no entienden el mundo neoliberal que nos consume, no les hace daño vivir en ese mundo porque es suyo, porque es su cultura…entiendes?” ¿Qué dicen, amigos? Entienden el sentimiento que me invadió en ese momento? La pobreza a veces es un show de lástima, de complacencia, de imágenes de serranitos sonriendo en la foto de Promperu, de mujeres ayacuchanas con chompas relucientes hablando de detergentes y de lo blanco de sus ropas, de Dento y sonrisas al pie de los ríos… de eso existe y mucho… pero el otro lado existe y un gran, enorme, fantástico mucho más. La pobreza a veces es usada para vender nuestro país como una gran banderola de falsas riquezas. Las mujeres de Taca hablaban no sobre detergentes sino sobre sobrevivencia, los niños corrían en la tierra pero sus caritas no estaban chaposas sino arrugadas y maltratadas por la contaminación, por el plomo de la mina. A mí también, como mi amigo el turista, me encanta el Perú. No estoy seguro si el mismo, pero al menos compartimos algo.Sin mucho pensarlo, ya eran las 8:30pm y ya estaba en Civa, cómodo, con un asiento reclinable, comida, frazada y muchas ideas. Luego ya estaba en el carro con mis papás, contando las aventuras, con regalos, con trofeos y artesanías. A la siguiente hora, ya estaba retomando la carretera de actividades en las que me gusta estar inmerso en esta gran ciudad: una hora después estaba dictando a mis alumnos en el colegio, en la universidad pensando en la tesis, terminando el informe del colegio y mis observaciones sociológicas, dándole un beso a la pequeña y viendo sus ojos otra vez y sintiéndome otra vez acompañado.Me gustaría invitarlos a viajar otra vez. Ayer llegué a Tarapoto y la aventura acaba de iniciarse otra vez. Hasta el próximo lunes o martes, tendré que adentrarme en la selva y el calor y los zancudos y un colegio nuevo, para mirar otra vez el Perú desde otro piso ecológico.Mañana les escribo mi primer día. Un gran abrazo y besos para quienes siguen la historia. Hubiera sido divertido decirles que fue siempre una ficción, pero es real. Y me alegra leer sus respuestas y sus comentarios, me acompañan.

Notas de Campo 4: Güero y la "madre humilde"

Jueves 18 de mayo de 2006
12:25pm

Quién diría que una celebración tan occidentalizada como el día de la Madre, se pudiera convertir en una kermesse comunal de tan peculiares y folclóricas dimensiones: sólo en Taca, y toda esas imágenes se desbordan a mi estadía de 10 días.
En la mañana del domingo, el desayuno de la Gringa fue intencionalmente especial: esta vez no fue brócoli y menestras; no, señor. Esta vez fue brócoli, menestras y un pedazo de carne helada que se resistía a ser cortada. La ingerí y me dirigí a la Plaza: comenzaba el Día de la Madre taqueño.
Un toldo de cerveza Cristal estaba amarrado en unos troncos encima de las gradas de la deslumbrante loza deportiva que la minera había construido hacía pocos meses. No había mucha noción del espacio, así que el toldo prácticamente caían en las gradas y reducían el espacio real para sentarse a pocas hileras. Un señor bien peinado y con una camisa blanca reluciente (las propagandas de detergentes han calado hondo en el imaginario de estos consumidores), leía en el altavoz todo el programa del show: “Señoras mamitas, acérquense a la plaza. Estamos todos reunidos” (él y yo) “ para darles una abrazo por su día; los alumnos del colegio San Agustín y de la Escuela estarán pronto esperándolas para ofrecerles su arte y su cariño. Las esperamos en 15 minutos. Como primer número, un niño leerá una poesía. Como segundo número, una niña le regalará un presente a su madre. Luego, ...” Los 45 números del show fueron leídos por el anfitrión que promocionaba así tal digno día. Las señoras pasaban por ahí y no hacían mayor caso del esfuerzo artístico que se ofrecía. Los alumnos llegaron, bien formaditos, preparados. “Señoras, no queremos repetir tantas veces la invitación. Hagan el favor de acercarse. Los niños están en el calor”. El anfitrión empezaba a perder la compostura. Algunas mamitas empezaron a llegar.
A las 11am, las gradas disponibles estaban llenas de mamitas, casi todas con los senos enhiestos y las bocas de sus niños embebidas y ocupadas. Era para un foto. Pero el pueblo de Taca sabe chantajear bien al artista que intente plasmar su retrato y no me dejaban tomarles fotos a menos que hubiera una contraprestación de valor monetario o en víveres. ¿La naturalidad de la maternidad convertida en un negocio? ¿Fui lo suficientemente claro alrededor de este tema de la globalización o aun no? El himno nacional nunca se escuchó tan triste en mi vida. Solo cantó el anfitrión y no era un talento digno de Ferrando, pero al menos lo intentó. Yo cantaba alguito. El anfitrión empezó: “el número primero estará a cargo del profesor Romaní...”. Los segundos pasaron. “¿Profesor Romaní? ¿Dónde está?”. Ningún profesor, los alumnos reían. “Bueno, pasaremos al segundo número, una niña quiere regalarle un presente a su madre”. Ninguna niña apareció en el estrado. El anfitrión desbordó su pesar ante el público presente: “Esto es una falta de respeto a las madres, alumnos. Ellas vienen especialmente a verlos a ustedes y nadie está listo!”.
Es en el tercer número que quiero centrarme. “La madre humilde”, presentó el anfitrión. Una señora me ofreció gelatina con flan, no pude resistirme al calor y compré un vasito. El show parecía empezar con fuerza. Había un plato de sopa servido sobre una mesa al centro de la loza. Una niña vestida de señora sentada en la silla: “la madre”. “El hijo” entró con el acompañamiento de la banda. “El hijo” caminaba lentamente, miró el plato de sopa, luego a su madre. Y ante la mirada atónita de los espectadores exclamó: “¿OTRA VEZ SOPA DE FIDEOS, DESGRACIADA?” Y con una manazo, arrojó el plato de sopa al piso, los fideos canutos explotaron en al aire y le cayeron encima a la gente. Un gran “Ohhhhh” invadió la loza, fue un momento memorable. Los perros aparecieron miles a acabar con los fideos. Las mamitas lloraban, las lágrimas se les salían como un abrir y cerrar de caños. Todo era sorpresa y dolor entre la gente. Yo estaba anonanado. No sabía cómo reaccionar, fue un inicio demasiado violento. Y lo que siguió fue peor. El hijo abandona el cuarto de la madre, le dice que no volverá jamás, que está harto de esa vida y de su sopa de fideos (sopa y fideos es lo que más se come en Taca). La madre le alcanza una chompa al hijo desagradecido. Una señora a mi lado exclama: “Y todavía es buenita la mamá”.
De pronto, un cambio de escena abrupto aparece. Una niña vestida de mujer voluptuosa, lentes oscuros, cabello negro y minifalda, aparece por la loza. Los alumnos enloquecen. “El hijo” le declara su amor: “Sonia, mamita, yo te amo, yo te quiero, suplico tu amor”. “La mujer” no cree en su amor. Le propone algo macabro para comprobarlo: “Quiero que me traigas el corazón de tu madre”. “El hijo” se sorprende: “¿El corazón de mi madre?”. Vaya, qué metáfora, me dije. Es una obra cumbre, una sutileza de contenido, un mensaje aleccionador, no se trata de amauters. La siguiente escena derrumbó esta tesis y me cacheteó con toda su dureza. Sí, amigos. “El hijo” llegó con un cuchillo al cuarto de la madre y le sacó el corazón. ¿Un símbolo? ¿Un amague? ¿Fingió sacar algo de su pecho? No, una bolsa de sangre de vaca explotó en el pecho de la actriz, y vísceras, intestinos y un gran, enorme corazón real apareció en la mano del “hijo”, quien satisfecho por su obra, buscó a la mujer, a esta mala mujer que había convertido el show en una matanza feroz. Las mamitas y sus niños lactantes miraban atónitos. Una mujer me dijo: “Así hacen estos desgraciados. Matan por una mujer”. Yo no sabía qué decir.
La mala mujer abrazó al hijo, lo llenó de besos, le agradeció su valor. El hijo lloraba, acompañaba así a las espectadores que con su llanto habían suplantado a la banda como música de fondo. El “hijo”, arrepentido por la acción, corta el corazón en cuadritos con el cuchillo asesino y diciendo “¿Querías el corazón de mi madre?” se lo embistió a la mujer en la boca,: la sangre y las menudencias mancharon su vestuario. La actriz cayó en medio de las risas y el llanto de la gente. “El hijo” debía purgar su culpa. Asesinó a la mujer y se quitó la vida, cada cuchillada una bolsa de sangre que explotaba. Los charcos de sangre estaban por toda la loza, en las ropas, en su piel, en el cemento. Todos aplaudieron. Las mamitas no paraban de llorar. Los actores se pararon, ensangrentados, e hicieron una gentil reverencia. El profesor de Educación Física, el Prof. Raúl, era el autor de la obra. Los perros se abalanzaron para comerse la sangre y las tripas arrojadas al suelo. La ovación fue inevitable. Yo también me paré a aplaudir.
Amigos, a veces se ha sufrido tanto y a veces se ha sentido más dolor en el alma que el que alguna vez el cuerpo podría soportar, a veces el terror fue tan drástico y tan perverso, a veces la muerte estuvo tan cerca y su llegada fue tan fuerte y tan dura, que la única manera de enseñar es con esa misma fuerza, con esa misma dureza, con la misma sangre que les arrebataron. Nunca olvidaré esa mezcla de pena, ovación, admiración y miedo que sentí mientras aplaudía. Las metáforas a veces sobrepasan nuestra imaginación, no necesitan ser sutiles porque la realidad merece ser expuesta tal como es, sin tapujos.
El cuy chactado que se freía al aire libre en medio de la Plaza fue casi el final de la celebración. “Ahora vas a pedir auxilio”, gritábanles los niños cuando veían a los roedores morir con sus bigotes puestos en esas grandes sartenes. Unos bailes, unos poemas, unos cantos, canciones de Dina Páucar y de Sonia Morales, Merengue, Perreo, un baile de tijeras... muchas cosas siguieron. Yo seguía en el acto 3, mi corazón seguía arrojado en esa loza...
Al día siguiente, revocaron al director del colegio que observaba. Había tomado tanto en la celebración del Día de la Madre que se olvidó de ir a trabajar los días siguientes. Yo observé unas clases más antes de irme. Los profesores me hicieron prometerles que regresaría o que, al menos, la ayuda regresaría. Una foto final, un abrazo final, y me fui a dormir por última vez en las cobijas arácnidas del hospedaje de Don Juan. Fui a preguntar por el horario del carro que me llevaría de vuelta a Huamanga. Don Juan alimentaba a unas aves en miniatura con pedazos de carne cruda (y yo comiendo arverja partida!) mientras me explicaba la hora de salida y recomendaciones para mi seguridad.“Sal en la madrugada, papá, a esa hora no roban, yo te despierto. Ande a dormir nomás, papá”. Así lo hice. Mi mente seguía en otra parte. Iba a extrañar Taca, iba a extrañar vivir tanto con tan poco tiempo para asimilarlo.Mañana martes regresaré a Huamanga, les escribo entonces para contarles si logré llegar completito. Un abrazo para todos.

Notas de Campo 3: Güero y los maestros en Taca

Sábado 13 de mayo de 2006
6:19pm

Genial, hoy mi foco se quemó. La Gringa va a molestarse mucho, porque de seguro me echará la culpa a mí. Y eso que no sabe lo que he hecho con sus paredes donde se ven todavía las huellas de mis matanzas arácnidas (cada ladrillazo que les regalo a las arañas antes de su muerte, significa un descrédito enorme para las paredes de la Gringa). Para colmo de males, ayer no pude terminar el Brócoli con Lentejas que me sirvió en el desayuno (era enorme… y era solo un desayuno) y no me miró con buenos ojos. Bueno, para qué pensar en lo inevitable. Lo prometido es deuda: nuestra nueva narración.El primer día que visité el colegio, seguí a un niño de aproximadamente 15 años vestido de escolar y con cara de pocos amigos: supuse que a las 8:00am su único destino debería ser su centro educativo. Cuando pude alcanzarlo (tras superar la ausencia de oxígeno y apurar el paso), le pregunté por la hora de inicio de las clases. “Las siete y media”. Le sonreí: “Ah, estás tarde, no?” Mi pregunta impertinente le resultó gravemente desagradable y apuró más el paso dejando una nube de polvo tras de sí. “La próxima vez tendría que ser menos correcto”, pensé. El colegio está más o menos a media hora de camino del hospedaje, pasando la Posta de Salud (que abre a partir de las 12pm, y si es Emergencias, dice que abre a las 11am… ¿?), el “Estadio” (una explanada de pasto) y la Escuela. (Para los no entendidos, en las zonas rurales se le ha adjudicado el nombre de Escuela a la Primaria y el de Colegio a la Secundaria). Cuando al fin llegué, el paisaje era abrumador: un pabellón de 6 salones y una vasta pampa se asomaban al precipicio de los cerros. Si te paras al final de pabellón, puedes ver los ríos, los caminos, todo el ejército de montañas que rodea Taca: es sobrecogedor e impresionante. Un profesor estaba jalándole las trenzas a una niña por haber llegado tarde. Cuando me vio, sonrió gentilmente, soltó el cabello de la niña, y se presentó: “Profesor Raúl, buenos días”. La niña aprovechó para correr a la formación. Sí, eran ya las 8:00am y todavía seguían en la formación. Unos 150 alumnos de blanco y plomo se pararon en la explanada mientras yo conversaba con el profesor Raúl y le contaba el motivo de mi visita.

Aprovecho para contárselos a ustedes, sé que fue un error no comenzar con eso mis primeros correos. El proyecto por el que me encuentro en esta aventura pretende a través de la iniciativa del Ministerio de Educación y en coordinación con GRADE, institución que ha contratado 15 observadores, conocer la situación de la secundaria rural y profundizar, sobre todo, en las prácticas de los docentes de esos colegios, cómo enseñan, qué estrategias usan, qué recursos tienen y cuáles necesitan, si están capacitados, qué apoyo reciben de la UGEL, etc. Para ello, debía entrevistarme con algunos profesores de la zona, observar sesiones de clase de Comunicación Integral y de Matemática, y mirar todo lo que pudiera. Tendría que esperar al director, que siempre llegaba un poquito tarde. Uno de los alumnos de IV, el policía del colegio, se paró al frente del grupo y gritó: “Buenos días con todos!” Un murmullo desordenado respondió. Una pregunta exclamó nuevamente: “¿Cuál es el lema del colegio?” “Estudio, Trabajo, Honradez”, respondieron todas y todos. “¡¡¡Honradez!!!”, gritó un pequeño que supuestamente debía tener 13 años y estar en I de media, pero que yo le echaba 10 años. (La alimentación de la zona los hace crecer apenitas del suelo; es duro, pero todos los alumnos se veían físicamente más pequeños que su edad real, menos los de IV y V que por su experiencia en el trabajo de la tierra y la carga, ya habían sacado cuerpo). El pequeño no había calculado bien el final de la arenga y su voz resultó desfasada. Otro de los policías que caminaba por esas filas le propinó un palazo en las pantorrillas. El niño rió.
Los alumnos van al colegio de 7:30am hasta la 1:50pm, y solo tienen un recreo de 20 minutos. Es matador, así tal como suena. Pero en la práctica tienen recreo cada vez que termina una clase, un recreo de aproximadamente 10 minutos antes de cada clase. Sí, es increíble. Pero la impuntualidad no es vista como tal acá, se trata de relajar a los alumnos para que después entren a clase llenos de ganas… Las clases están super sucias, no sería una novedad decirles eso ya que todo el colegio está en la mitad de un terral. A veces no hay tizas y acaban de comprarse un micrófono, el cual estrenarán para el Día de la Madre. El Directo llegó y les hizo acordar a los alumnos que las clases son para que asistan a ellas, no para que se tiren en el pasto a conversar (fue una buena aclaración), y que ya deberían haber planeado sus actividades para el Día de la Madre, pero “sin hacer llorar a las mamitas, que ya tienen mucho de tristes, ya, ah?”. Toca el timbre y todos corren a sus salones con sus cuadernos y lapiceros en la mano. Todos me saludan y me dicen “profesor”; claro, para qué alguien más iría al colegio si no es para enseñar. Lo increíble era que yo estaba ahí para aprender… que ironía.En el colegio los status-roles de las personas están un poco mezclados, es interesante por donde se le vea. Les hablaré, para demostrar mi tesis, de algunos personajes del colegio: El Prof. Rodrigo, la Prof. Clara, el Prof. Raúl y Don Demetrio.
El profesor Rodrigo es el Director del Colegio y es profesor de Comunicación Integral de III de media. El profesor de IV de media de esa materia ha renunciado hace unas semanas por falta de pago y los alumnos han paralizado sus estudios lingüísticos por esos días. ¿Reemplazo? No, solo son 5 profesores, jamás tendrían tiempo suficiente para reemplazarse. El prof. Rodrigo ha perdido el horario de clases, no recuerda muy bien la hora del recreo, a veces los alumnos entran a su oficina y juegan un juego de carritos en su computadora (¿en el recreo?), sus profesores a veces no van porque tienen que hacer trámites en Huancapi y él se entera ese mismo día. Es la autoridad, todos lo respetan, pero las reglas de juego nunca fueron escritas, así que –para bien o para mal- nadie está desobedeciendo nada. El prof. Rodrigo visita todos los días las casas de los Padres de Familia para hablarles sobre sus hijos. Es muy bueno, sin duda, dice que el trabajo lo tiene loco y que los chicos lo abruman mucho. Si bien no tiene el control de todo lo que pasa en su colegio, sí tiene claro que sus alumnos son buenos, estudiosos y de buenos sentimientos. “No son como en Lima, no profe? Allá los chicos deben hablar hasta por gusto y roban y todo… aquí mis muchachos son buenos. Hace falta que hablen nomás, pero ya hablarán…”.
La profesora Clara es la maestra de Ciencias Sociales. Se ha mudado hace poquito a Taca por el trabajo y tiene un talento increíble para la Historia. Pude observar una de sus clases por la ventana (rota) de su salón de II y quedé gratamente sorprendido. Les hablaba sobre la Conquista y sobre Pizarro y era como una enorme historia en sus labios. Los niños la miraban atentos. Algunos no sabían si escribir o mirarla, pero de hecho sabían que ella hablaba algo nuevo. La educación es un regalo, no hay duda. En donde sea que estés, es un regalo. La profesora Clara necesita un libro de historia, necesita pruebas, necesita un método. Lo que tiene de sobra es valor. Sin embargo, nunca ha podido tener más voz en el colegio ni en la comunidad. “Es difícil, todavía, profe. Soy mujer y eso pa los varones a veces es mancha, es poca cosa…”.
El profesor Raúl es el maestro de Educación Física y de PAS. Olvidé decirles que este es un colegio de variante agropecuaria, quiere decir que los chicos tienen 3 horas semanales de enseñanza en técnicas agropecuarias; aprenden a tratar el ganado (tienen 4 vacas caminando por ahí) y a manejar estrategias de cultivo (lamentablemente, la zona de Taca es muy accidentada y poco o nada se siembra. Lo que se llega a sembrar, se usa para el consumo de las propias familias.). El profesor Raúl es muy risueño, pero también es muy estricto. Cuando los alumnos se escapan de clase (casi siempre los encuentro yo en mis visitas por los pabellones, escondidos y riéndose. Siempre termino siendo su cómplice y no digo nada) y uno de los policías los encuentra, saben que recibirán su merecido. Yo no sabía cuál era hasta anteayer que lo vi con mis propios ojos. En la formación de la salida, el prof. Raúl sonrió y llamó a 5 alumnos por sus apellidos. Les acarició su cabecita y les dijo: “¡Así que ustedes vienen a mirar el cerro, no?” Y con una correa de grandes dimensiones, les pega en las piernas y en los brazos ante mi mirada atónita (claro, mi mirada interior, qué creen. Por fuera, mi cara era de una profunda y malsana indiferencia). Un niño recibió el correazo en el cuello. El prof se disculpó conmigo: “Disculpe profe, acá los chicos aprenden así”. Los alumnos corrieron a la formación, ninguno dijo nada.
Don Demetrio es el último de esta historia. El acaba de ganar un concurso público para poner su kiosko en el colegio. Su kiosko es uno de madera (¡aún no está pintado, cuando esté Don José Luis, estará bacán!”) y donde apenas se vende Golpe, Cañonazo, gaseosas, galletas y comida (ayer hubo fideos rojos). Sin embargo, no se confundan, Don Demetrio no es serrano, el es de Andahuaylas. “Acá los serranos, Don Jose Luis, no saben hablar, no tienen criollismo como usted, como los de Lima” (vaya, y eso que no se encontró con la crema y nata del criollismo, no?). Don Demetrio fue educador, fue director de escuela, fue observador como yo de colegios rurales. Don Demetrio tiene alma empresarial, no pretende quedarse donde está ni seguir cultivando tuna roja toda su vida. No. “Es que ya le hice la promesa a mi mamá y a mi papá que están muertos de que cuidaría sus tierras, por eso estoy en Taca”. Ya entiendo, ya veo de dónde sacó su “bacán” y su “chévere”. Don Demetrio tiene 8 hijos, 6 de los cuales trabajan en Lima, y dos pequeñitos que cuando crezcan un poquito más irán a la escuela (“ a la de Andahuaylas, allá no hay serranos”).Don Demetrio es increíble. Es el kioskero del colegio pero entiende mejor que nadie lo que pasa, lo que falta, qué rol cumple cada uno, por qué la comunidad no avanza, por qué la comunidad no le exige cosas a la mina. No tiene un pelo de zonzo. Es más, me recomendó ver bien la clase del Prof. Rodrigo (“él dice cosas que no sirven, profe. Dice que el Poema del Mio Cid fue escrito por el Mio Cid. Yo de usted entro a su clase”).
Don Demetrio entiende exactamente qué pasa en Taca, mejor que nadie. Es más, su vivienda es una de las más bonitas de la zona y es una de las pocas que tiene un WC y no solo un orificio en el suelo. El Prof Rodrigo es el director pero no dirige porque no hay reglas claras. La profesora Clara es la más capaz del grupo pero su género le imposibilita hacerse escuchar. ¿No es increíble? El mundo está repleto de héroes y de personas comunes y corrientes en los lugares y en las posiciones más extrañas del mundo. Taca necesita una voz, un líder, hacerse saber frente a su país. El profesor Venancio me mira siempre con recelo, me saluda y trata de mirar siempre lo que escribo y lo que leo. No entendía por qué su recelo hasta que leí su nombre en las paredes de Taca: VENANCIO ALCALDE, ALAN PRESIDENTE. Venancio ha intentado ser alcalde hace décadas y nunca lo han elegido. Don Demetrio dice que tiene intereses, nadie confía en él. Qué increíble, el que porta el capital político de la zona, es el menos votado, el menos querido, el más receloso de todo. Espero que Taca despierte pronto. Tiene tanto en sus manos y no se unen para conseguirlo todavía. Los más perjudicados son los alumnos. Ellos se ríen y prefieren sacar sus tareas de Internet antes de leer un libro: uno de ellos me explica “para qué vamos a leer, profe. Si cuando sacas el análisis de la obra por internet te sacas 20”. Cuando llegan a su casa, todos en su familia hablan en quechua, cuando salen a la calle, sus amigos hablan en quechua. Cuando les enseñan Funciones Algebraicas, se demoran porque aún no tienen claro la Suma y la Resta. “Es cuestión de tiempo y paciencia” dice el profe de Mate. ¿Quién los pude culpar? Viven en la mitad de dos mundos, el quechua y el español. En uno pueden hablar lo que quieren, cuando quieren, pero todos dicen que no podrán llegar a ninguna parte con él; en el otro no saben ni por dónde comenzar a decir sus ideas y cuando las dicen, se tapan la boca por vergüenza de cómo se les escuche. Estos días me han enseñado mucho sobre mi propia labor de profesor. ¡Y yo preocupándome cuando mis alumnos se portan mal! Qué gran responsabilidad nos toca a todos, ya sea como profesores, como alumnos, como científicos o simplemente como testigos de esto. Ya ha pasado una semana desde que vivo en Taca. Mañana es el Día de la Madre y habrá una gran fiesta durante la mañana. El lunes regreso a Huamanga y de ahí rumbo a mi querida Lima, gris, gris, e indiferente. Espero que ahora seamos más los que conocemos el Perú. Mañana les escribo lo ultimito.

Notas de Campo 2: Güero y el pueblo fantasma de Raccaya

Viernes 11 de mayo de 2006
11:28am

A ver a ver… dónde nos quedamos? Ah ya, el hospedaje en Taca, Don Juan, la Gringa, la espera interminable para que llegue el “carro de la mina”.

Don Juan tiene televisor LG y un DVD nuevecito, dice que le sirve para jalar gente. En la tele, la imagen está desfasada 3 segundos del audio, a nadie parece molestarle saber lo que van a decir sus personajes favoritos antes de que lo digan. El cuartito está empapelado con arengas y fotos de Ollanta pero no se confundan: Don Juan es bien aprista, lleva a Alan en su chompa, dice que nadie es tan cojudo como para cagarla dos veces. “Si Ollanta sale, papá, yo me voy, adónde será, pero me voy”. Los mineros llegan en bandadas al hospedaje y gritando “Gringa” salen los platos del desayuno. Serapio y yo no nos quedamos atrás y llamamos a la Gringa con igual esmero. Un plato de arroz, 2 huevos fritos y harta papa frita son nuestro nuevo amanecer. Sí, grasoso. Pero la manzanilla que viene luego nos calma.
Debo explicarle que Taca es como un puerto en Victor Fajardo. La mina Canaria queda a menos de 20 minutos de ahí y si bien aun no hay beneficios directos para la población (se está negociando un centro educativo, agua, desagüe, etc.), si hay beneficios tácitos: me cuenta Don Juan que casi todos los trabajadores de la mina son de Taca o de la zona por lo que las épocas de autoconsumo, de tardes de cerveza en la calle y ese tipo de cosas, ya pasaron. Taca se ha convertido en un foco de transportistas, vendedores, comerciantes, etc. que van y vienen de Huancapi, de Huamanga y hasta de Lima en un solo carro. El Hospedaje de Don Juan es el más beneficiado. El carro que lleva a los mineros a las 7:30am nos lleva también hacia Raccaya, la última localidad a la que llega el camino para vehículos, si quieres llegar hasta Humasi o Apongo, tendrás que caminar 3 o 4 horitas, así que en la noche estate atento a los Condenados o a los Jarjachas. Serapio me contaba que una vez sola en su vida, él se había atrevido a hacer ese camino en la noche con su madre y su primo. Como su primo era más grande, caminaba adelante, guiando el paso unos 100 metros. De pronto, escuchan un ruido y el primo se regresa pálido pálido: “El gallo”, balbuceaba. Había una leyenda que decía que el demonio se posa en los animales del camino y los hace bailar. El primo había visto a un gallo bailando en el camino y, tal como rezaba la leyenda, debías tirarle una prenda para que se fuera en paz. El primo le había tirado su sandalia, “el cojudo vino sin sandalia”. Así tuvo que caminar todo el camino. “Había que creerle, no? Si no pa qué se quitaría la sandalia el zonzo?”.
Cuando llegamos a Raccaya, nos sorprendió la imagen que nos recibió. Raccaya no era precisamente el lugar al que llegaría Rafo León en su tiempo de viaje ni Gastón Acurio haría ahí una visita para su aventura culinaria; pero sí era precisamente el mejor sitio al que el terrorismo había llegado sin que nadie de la provincia lo supiera. Raccaya está atrasito del cerro, abandonado a la oscuridad. La gente no habla nadita, y menos con extraños. Su iglesia está destruida y solo queda la campana, pero no suena. La alcaldía está quemada y en cenizas, hay dos restaurantes y nadie te hospeda, ni aunque le ruegues. Hay una posta medica pero no tienen medicina. Hay un teléfono comunitario pero cada vez que te tienen que pasar la voz te quieren cobrar 2 soles: la que atiende increíblemente es una niña de 6 años que se parece a Nico (gente de Apéndice, me siguen?) y que está pegada al Rey León en su tele. Si la molestas, te friegas, porque no te pasa la voz.
El director del colegio nos recibió cordialmente pero nos previno de lo que pasaría: a la gente de Raccaya no le gustan las visitas. Casi todo mundo resiente de la gente de afuera. La observación que debía hacer no parecía ser muy accesible, toda vez que nadie me quería hospedar, no sé si me querrían vender comida, y el colegio que tenía que observar no tenía local y usaba en las tardes el local de la escuela primaria: los profesores de IV de secundaria iban cuando podían porque no les pagaban hace tres meses. Vaya, qué día. ¿Mencioné que Serapio había tenido que dejarme? Sí, el buen Serapio tenía contrato para acompañarme por dos días y sus viáticos no le alcanzaban para más. Como no creí que fuera tan peligroso, lo dejé ir. Hasta ahora lo lamento.Eran las 3 de la tarde y solo rogaba que el “carro de la mina” y sus quechuahablantes pasajeros pasaran por mí antes del anochecer y de los gallos bailarines. Así fue, pasó y me dejó en Taca nuevamente, sano, salvo y recontra asustado.
La Gringa, su sopa de trucha y Don Juan volvieron a refugiarme en su hospedaje. Pero ahora pedí cuarto y todo, porque planeaba quedarme toda la semana en Taca en el colegio de la localidad. El cuarto donde estoy hace 4 días queda en el piso 1 y medio, debo agacharme para llegar a mi cama y tengo que pisar bien porque algunas tablas del piso están rotas y un mal paso me llevaría de frente a la cocina de la Gringa. Tiene una ventana, una puerta de metal entreabierta y un foco, el cual no puedo prender mucho rato porque la Gringa se molesta y me manda apagarlo. “Mucha luz, gringo”. Tengo que matar a 4 arañas mutantes cada noche antes de dormir pues todas están deseosas de conocerme carnalmente (de hecho, ayer me han conocido mucho porque he amanecido con 8 picaduras en los brazos. “No pasa nada”, dice Don Juan). Si estoy despierto, estoy matando arañas. Si duermo, en cualquier momento alguien entra a mi cuarto intempestivamente porque jura que no hay nadie. Me miran echado en la cama, se ríen, hablan en quechua algo así como “pobre diota” y me dejan la puerta abierta. Cuando al fin puedo cerrarla, cada 2 horas me despierta Don Juan a gritos avisándome que ya llegó el carro que me lleva a Huamanga. “Don Juan, yo no voy a Huamanga sino hasta el Lunes, gracias”. “Ah, ya”. Pasa media hora y me despierta otra vez. Lo miro confundido. Pensé que me había hecho entender. “Por si acaso, pe’”, dice. Vaya, ahora entiendo por qué Alan pasó a la segunda vuelta.Ya saben que por aquí no hay luz ni agua ni baños, pero sí Internet. Los detalles engorrosos de la historia de mi higiene y salubridad, lo dejaré a su imaginación y buen criterio. Al menos, las moscas aun no se posan en mi. Los dejo a todos. Algunos me han escrito preguntándome qué diablos hago por acá. Ya lo sabrán. Lean el tercer correo. Mañana les escribo un correo más interesante contándoles el colegio y cómo sobrevive la educación en el lugar más alejado del mundo. Es muy conmovedor, pero también muy motivador. Un beso y abrazo para toditos. Escríbanme.

Notas de Campo 1: Güero y Serapio en Ayacucho

Jueves 11 de mayo de 2006
10:26am

Estimados amigos, familia y pequeña:
Este es el primer registro anecdótico que puedo hacerles llegar de mi Viaje a Ayacucho, un viaje por el que aposté hace varias semanas y que ha tocado varias fibras de mi corazón sociológico y varias otras del netamente humano. Lamento la tardanza, por estas zonas no llega la señal de ningún celular (por lo que esa propaganda del Globo aerostático de Claro viajando por las punas es una real patraña), y recién caigo en la sorpresa de que en Taca, donde me hospedo en estos momentos, hay Internet (aunque no baños; la globalización se respira, no?). Pero... bueno, piano piano. Vamos al principio de la travesía, el viaje de la semilla como decía Gabo.La demora del avión en el aeropuerto nos sirvió a los 6 viajeros para conocernos realmente, contarnos nuestras historias, nuestros trabajos, reír un poco y darnos fuerzas. Alvaro y Laura son sociólogos; Sonia y Oliver, antropólogos; y Sandra, nuestra supervisora, psicóloga social. De todo un poco, algo así como la Comunidad del Anillo de un Tolkien más moderno y más descarado, una comunidad que pronto se separaría pero que se reuniría con éxito en Lima al cabo de una semana. Cuando la modesta avioneta de LS Busre de 12 pasajeros logró atravesar la neblina de Lima y atravesó los Andes para dejarnos a los 6 viajeros en el aeropuerto de Huamanga, nos cacheteó el frío y tuvimos que abrigarnos con todo lo que pudimos. Logramos descansar unas horas en el Hostal San Francisco para luego darles el encuentro en la Plaza de Huamanga (inmensa, monumental) a los que estaban contratados para ser nuestros guías pero que terminaron siendo unos leales amigos. Nos esperaban dos chicas y tres chicos, más o menos de nuestra edad, y cada uno se presentó para reconocer así a su pareja de viaje: Mauro, el más locuaz del grupo; Serapio, el más reservado; y Fabricio, el más inocente. Así, al menos, fueron las apariencias.
Me acerqué a Serapio, me presenté, y no obtuve de respuesta más que una mano, ni siquiera un “hola” ni una sonrisa. Serapio escondía las manos en la casaca, permanecía altanero, con lentes oscuros y un chullo cosmopolita donde aparecía la imagen de Mickey Mouse. Al instante, me proyecté caminando en la madrugada en algún lejano paraje ayacuchano con nada más que el silencio como compañía o quizás abandonado a mi suerte. Nada más alejado de la realidad… las apariencias (nuestras prenociones, sociólogos) son siempre nuestras terribles enemigas.
Averiguamos las rutas por las que debíamos llegar a nuestros destinos, compramos algunos víveres en un mini-market llamado “Wong” pero donde la Atención al Cliente no era precisamente su lema, y nos dispusimos a partir a la aventura. Serapio llegó a esbozar algunas palabras: “A las 5pm nos encontramos aquí” y se dio media vuelta: “qué alivio”, pensé. Al menos, me cercioraba así de que podríamos comunicarnos. Alvaro y yo almorzamos en una quinta antigua muy bonita, donde una mesera que odiaba su trabajo (y creo que también a nosotros) nos sirvió unas exquisitas pastas con carne. Claro, ya sé lo que dirán, ¿por qué comer pasta en Ayacucho? Teníamos delante de nosotros un viaje de 10 horas; aunque la trucha se veía atractiva, quisimos asegurar nuestra salud. A las 5pm estuvimos, tal como previó Serapio, en el terminal terrestre. Las manos dentro de la casaca y los lentes oscuros nos esperaban junto a Mauro. Subimos el equipaje al lado de nuestros asientos y tuvimos que esperar cerca de 1 hora a que subieran el cargamento de equipaje, encomiendas, animales y vegetales que el susodicho Bus debía cargar. Sí, leyeron bien, animales. 2 ovejas y 1 burrito fueron instalados en zona VIP en la cima del cargamento y resguardados (o asfixiados, diría yo) por una gentil red. El bus llevaría a Alvaro y a Mauro, su guía, hasta Tiquihua, un poblado del distrito de Huaya, a unas 8 horas de Huamanga. De ahí, Serapio y yo continuaríamos el viaje hasta Taca, un poblado del distrito de Canaria, 2 horas más de camino, donde esperaríamos el siguiente bus.
Cuando el bus empezó a andar, me dispuse contarle mi vida a Serapio: Vamos! Quizás estaría varado con él en lugares desconocidos, sin poder sentirme reconocido por nadie… alguien tenía que escucharme. Axyz, la universidad, mi pasado jurídico, los grises paisajes de Lima, mi familia, la pequeña, la Sociología, el básket, Apéndice, Themis, no sé… creo que no dejé nada a su imaginación. De pronto, luego de 1 hora de haber expuesto mi prontuario, ocurrió lo imprevisible, lo inesperado: Serapio empezó a hablar. Inspirado quizás por la velocidad, Serapio contó lo inimaginable, compartió conmigo su vida y el Ayacucho que tenía dentro. Creo que ni un guía contratado hubiera podido compartir conmigo una historia como esa. Serapio me contó sobre su vida, su niñez en Vilcashuamán, su huida a Huamanga cuando los terrucos empezaron a asesinar a sus vecinos; la crianza de gallos de pelea de la que es un fanático, su experiencia como instalador técnico de conexiones de Internet, sus estudios de Ingeniería Agrícola que cursaba en el 7mo ciclo en la universidad de Huamanga, su apego por las investigaciones sociales, sus labores como apicultor cuando recolectaba la miel ahuyentando a las abejas de sus panales con el olor de las heses de los burros; el amor que le tiene a su hijo (a su chibolo), al cual tuvo cuando era adolescente (es padre soltero); sus trabajos como algodonero en las pampas de su suegro; sus viajes por Ayacucho, los monstruos a los que los niños odian, los Jarjachas, los Pistachos, los Condenados, los Cerros que hablan, las princesas incaicas que protegen la zona, los animales que penan en la oscuridad de la puna… vaya… Serapio dice que esos son mitos, pero que él prefiere no caminar en la noche por los cerros solito, solo “por si acaso”, dice ¿No es increíble como el mito y la realidad pueden convivir en un mismo lugar?
Serapio tiene que esconder sus ojos de la gente con esos lentes oscuros no por vanidad ni por parquedad, sino porque la luz irrita mucho sus ojos. Nació con una carnosidad que lo enceguece de a pocos y tiene que cuidarse (algo así como tú, Bruno). Esconde sus manos en la casaca porque de niño tuvo un accidente con agua hirviendo y la piel de sus manos está destrozada, llena de llagas, y “no me gusta espantar a la gente”. Creo que lo más increíble fue su narración de un accidente al que había sobrevivido. No era un BusCamión, era un Molina, una empresa conocida. El bus donde él viajaba chocó a plena mañana con un Bus Molina, y este ultimo se desbarrancó. Serapio, sin pensarlo dos veces, bajó para salvar a los heridos, rogaba a la gente de su Bus para que lo ayudara pero nadie lo hacía. Serapio encontró a un bebé de apenas 4-5 meses de nacido en los brazos de su madre ya fallecida, el niño estaba moradito del frío, Serapio lo salvó y lo subió al Bus. La gente solo miraba, indiferente, asustada. Serapio volvió a bajar, esta vez, encontró a una madre con su niño en brazos. “Ayúdeme”, decía la mamita. Serapio quería salvar al niño, siquiera. Lo cargó en sus brazos y cuando puso su mano en la cabecita del niño, encontró que era un mosaico de huesitos su cráneo, lo dejó en el piso. Su bus empezó a arrancar para irse, y ante la disyuntiva de su vida, dejó a la mamita en el frío de la puna, y tuvo que subirse al bus antes que él corriera la misma suerte.
Les cuento esto no para asustarlos, sino para todo lo contrario, para que sientan lo que yo sentí en ese momento: Serapio tiene 27 años y es instalador, investigador, algodonero, apicultor, criador de gallos de pelea, papá soltero, aventurero, ha salvado vidas y también ha dejado morir otras… alguien puede tener una vida más plena y diversa que esa? Serapio es como un héroe anónimo, tiene tanta vida que a veces me sentía un niñito a su lado. Este domingo sacrificará a su mejor gallo de pelea, lo descuartizará y desplumará con sus propias manos (con harta pena, dice) y le hará el mejor Caldo de Gallo que se puede saborear a su madre, quien vive con él. “Es su día pues”, dice. Yo aquí tan lejos de mi mamá, sin poder sacrificar a mi mejor gallo para darle por su día. No importa, madre, creo que tus hijos somos tus mejores gallos, y nos sacrificamos nosotros solo para darte lo mejor. A las 4am llegamos a Taca, un lugar oscuro, donde el alumbrado público no estaba funcionando en esos días. Caminamos en la oscuridad total hasta donde debía haber un hospedaje. Se imaginan ese escenario? Las 4am en Ayacucho es un suicidio climático, por las justas podía dar un paso, menos trepar una escalanada como la que Serapio me obligó a trepar, y para colmo sin poder usar la linterna (“si usas linterna, les haces recordar el tiempo del terrorismo, así llegaban ellos, con linternas, porque no conocían el lugar”, dijo Serapio). Llegamos a un gentil hospedaje donde Don Juan (no precisamente un donjuan) y su hija, “la Gringa” nos dieron café y pan (debo decir que la Gringa no tenía nada que la asemejara a una gringa, pero con el tiempo, conocerán el porque de su apelativo.
Me quedo aquí en mi narración, debo ir al colegio y observar un par de clases de Matemáticas. La Gringa y Don Juan son muy buenos, indiferentes pero buenos. Ya les contaré lo que pasó en Raccaya el Martes y cómo regresé a Taca. Esa es otra historia, y prefiero armarme de valor otra vez para contarla. Estoy bien, contento, asustado, extrañándolos mucho. A todos. Espero que puedan contestarme, si puedo los leo. Mañana les vuelvo a escribir.
Un beso para todosGüero