jueves, junio 29, 2006

Notas de Campo 4: Güero y la "madre humilde"

Jueves 18 de mayo de 2006
12:25pm

Quién diría que una celebración tan occidentalizada como el día de la Madre, se pudiera convertir en una kermesse comunal de tan peculiares y folclóricas dimensiones: sólo en Taca, y toda esas imágenes se desbordan a mi estadía de 10 días.
En la mañana del domingo, el desayuno de la Gringa fue intencionalmente especial: esta vez no fue brócoli y menestras; no, señor. Esta vez fue brócoli, menestras y un pedazo de carne helada que se resistía a ser cortada. La ingerí y me dirigí a la Plaza: comenzaba el Día de la Madre taqueño.
Un toldo de cerveza Cristal estaba amarrado en unos troncos encima de las gradas de la deslumbrante loza deportiva que la minera había construido hacía pocos meses. No había mucha noción del espacio, así que el toldo prácticamente caían en las gradas y reducían el espacio real para sentarse a pocas hileras. Un señor bien peinado y con una camisa blanca reluciente (las propagandas de detergentes han calado hondo en el imaginario de estos consumidores), leía en el altavoz todo el programa del show: “Señoras mamitas, acérquense a la plaza. Estamos todos reunidos” (él y yo) “ para darles una abrazo por su día; los alumnos del colegio San Agustín y de la Escuela estarán pronto esperándolas para ofrecerles su arte y su cariño. Las esperamos en 15 minutos. Como primer número, un niño leerá una poesía. Como segundo número, una niña le regalará un presente a su madre. Luego, ...” Los 45 números del show fueron leídos por el anfitrión que promocionaba así tal digno día. Las señoras pasaban por ahí y no hacían mayor caso del esfuerzo artístico que se ofrecía. Los alumnos llegaron, bien formaditos, preparados. “Señoras, no queremos repetir tantas veces la invitación. Hagan el favor de acercarse. Los niños están en el calor”. El anfitrión empezaba a perder la compostura. Algunas mamitas empezaron a llegar.
A las 11am, las gradas disponibles estaban llenas de mamitas, casi todas con los senos enhiestos y las bocas de sus niños embebidas y ocupadas. Era para un foto. Pero el pueblo de Taca sabe chantajear bien al artista que intente plasmar su retrato y no me dejaban tomarles fotos a menos que hubiera una contraprestación de valor monetario o en víveres. ¿La naturalidad de la maternidad convertida en un negocio? ¿Fui lo suficientemente claro alrededor de este tema de la globalización o aun no? El himno nacional nunca se escuchó tan triste en mi vida. Solo cantó el anfitrión y no era un talento digno de Ferrando, pero al menos lo intentó. Yo cantaba alguito. El anfitrión empezó: “el número primero estará a cargo del profesor Romaní...”. Los segundos pasaron. “¿Profesor Romaní? ¿Dónde está?”. Ningún profesor, los alumnos reían. “Bueno, pasaremos al segundo número, una niña quiere regalarle un presente a su madre”. Ninguna niña apareció en el estrado. El anfitrión desbordó su pesar ante el público presente: “Esto es una falta de respeto a las madres, alumnos. Ellas vienen especialmente a verlos a ustedes y nadie está listo!”.
Es en el tercer número que quiero centrarme. “La madre humilde”, presentó el anfitrión. Una señora me ofreció gelatina con flan, no pude resistirme al calor y compré un vasito. El show parecía empezar con fuerza. Había un plato de sopa servido sobre una mesa al centro de la loza. Una niña vestida de señora sentada en la silla: “la madre”. “El hijo” entró con el acompañamiento de la banda. “El hijo” caminaba lentamente, miró el plato de sopa, luego a su madre. Y ante la mirada atónita de los espectadores exclamó: “¿OTRA VEZ SOPA DE FIDEOS, DESGRACIADA?” Y con una manazo, arrojó el plato de sopa al piso, los fideos canutos explotaron en al aire y le cayeron encima a la gente. Un gran “Ohhhhh” invadió la loza, fue un momento memorable. Los perros aparecieron miles a acabar con los fideos. Las mamitas lloraban, las lágrimas se les salían como un abrir y cerrar de caños. Todo era sorpresa y dolor entre la gente. Yo estaba anonanado. No sabía cómo reaccionar, fue un inicio demasiado violento. Y lo que siguió fue peor. El hijo abandona el cuarto de la madre, le dice que no volverá jamás, que está harto de esa vida y de su sopa de fideos (sopa y fideos es lo que más se come en Taca). La madre le alcanza una chompa al hijo desagradecido. Una señora a mi lado exclama: “Y todavía es buenita la mamá”.
De pronto, un cambio de escena abrupto aparece. Una niña vestida de mujer voluptuosa, lentes oscuros, cabello negro y minifalda, aparece por la loza. Los alumnos enloquecen. “El hijo” le declara su amor: “Sonia, mamita, yo te amo, yo te quiero, suplico tu amor”. “La mujer” no cree en su amor. Le propone algo macabro para comprobarlo: “Quiero que me traigas el corazón de tu madre”. “El hijo” se sorprende: “¿El corazón de mi madre?”. Vaya, qué metáfora, me dije. Es una obra cumbre, una sutileza de contenido, un mensaje aleccionador, no se trata de amauters. La siguiente escena derrumbó esta tesis y me cacheteó con toda su dureza. Sí, amigos. “El hijo” llegó con un cuchillo al cuarto de la madre y le sacó el corazón. ¿Un símbolo? ¿Un amague? ¿Fingió sacar algo de su pecho? No, una bolsa de sangre de vaca explotó en el pecho de la actriz, y vísceras, intestinos y un gran, enorme corazón real apareció en la mano del “hijo”, quien satisfecho por su obra, buscó a la mujer, a esta mala mujer que había convertido el show en una matanza feroz. Las mamitas y sus niños lactantes miraban atónitos. Una mujer me dijo: “Así hacen estos desgraciados. Matan por una mujer”. Yo no sabía qué decir.
La mala mujer abrazó al hijo, lo llenó de besos, le agradeció su valor. El hijo lloraba, acompañaba así a las espectadores que con su llanto habían suplantado a la banda como música de fondo. El “hijo”, arrepentido por la acción, corta el corazón en cuadritos con el cuchillo asesino y diciendo “¿Querías el corazón de mi madre?” se lo embistió a la mujer en la boca,: la sangre y las menudencias mancharon su vestuario. La actriz cayó en medio de las risas y el llanto de la gente. “El hijo” debía purgar su culpa. Asesinó a la mujer y se quitó la vida, cada cuchillada una bolsa de sangre que explotaba. Los charcos de sangre estaban por toda la loza, en las ropas, en su piel, en el cemento. Todos aplaudieron. Las mamitas no paraban de llorar. Los actores se pararon, ensangrentados, e hicieron una gentil reverencia. El profesor de Educación Física, el Prof. Raúl, era el autor de la obra. Los perros se abalanzaron para comerse la sangre y las tripas arrojadas al suelo. La ovación fue inevitable. Yo también me paré a aplaudir.
Amigos, a veces se ha sufrido tanto y a veces se ha sentido más dolor en el alma que el que alguna vez el cuerpo podría soportar, a veces el terror fue tan drástico y tan perverso, a veces la muerte estuvo tan cerca y su llegada fue tan fuerte y tan dura, que la única manera de enseñar es con esa misma fuerza, con esa misma dureza, con la misma sangre que les arrebataron. Nunca olvidaré esa mezcla de pena, ovación, admiración y miedo que sentí mientras aplaudía. Las metáforas a veces sobrepasan nuestra imaginación, no necesitan ser sutiles porque la realidad merece ser expuesta tal como es, sin tapujos.
El cuy chactado que se freía al aire libre en medio de la Plaza fue casi el final de la celebración. “Ahora vas a pedir auxilio”, gritábanles los niños cuando veían a los roedores morir con sus bigotes puestos en esas grandes sartenes. Unos bailes, unos poemas, unos cantos, canciones de Dina Páucar y de Sonia Morales, Merengue, Perreo, un baile de tijeras... muchas cosas siguieron. Yo seguía en el acto 3, mi corazón seguía arrojado en esa loza...
Al día siguiente, revocaron al director del colegio que observaba. Había tomado tanto en la celebración del Día de la Madre que se olvidó de ir a trabajar los días siguientes. Yo observé unas clases más antes de irme. Los profesores me hicieron prometerles que regresaría o que, al menos, la ayuda regresaría. Una foto final, un abrazo final, y me fui a dormir por última vez en las cobijas arácnidas del hospedaje de Don Juan. Fui a preguntar por el horario del carro que me llevaría de vuelta a Huamanga. Don Juan alimentaba a unas aves en miniatura con pedazos de carne cruda (y yo comiendo arverja partida!) mientras me explicaba la hora de salida y recomendaciones para mi seguridad.“Sal en la madrugada, papá, a esa hora no roban, yo te despierto. Ande a dormir nomás, papá”. Así lo hice. Mi mente seguía en otra parte. Iba a extrañar Taca, iba a extrañar vivir tanto con tan poco tiempo para asimilarlo.Mañana martes regresaré a Huamanga, les escribo entonces para contarles si logré llegar completito. Un abrazo para todos.