jueves, junio 29, 2006

Notas de Campo 2: Güero y el pueblo fantasma de Raccaya

Viernes 11 de mayo de 2006
11:28am

A ver a ver… dónde nos quedamos? Ah ya, el hospedaje en Taca, Don Juan, la Gringa, la espera interminable para que llegue el “carro de la mina”.

Don Juan tiene televisor LG y un DVD nuevecito, dice que le sirve para jalar gente. En la tele, la imagen está desfasada 3 segundos del audio, a nadie parece molestarle saber lo que van a decir sus personajes favoritos antes de que lo digan. El cuartito está empapelado con arengas y fotos de Ollanta pero no se confundan: Don Juan es bien aprista, lleva a Alan en su chompa, dice que nadie es tan cojudo como para cagarla dos veces. “Si Ollanta sale, papá, yo me voy, adónde será, pero me voy”. Los mineros llegan en bandadas al hospedaje y gritando “Gringa” salen los platos del desayuno. Serapio y yo no nos quedamos atrás y llamamos a la Gringa con igual esmero. Un plato de arroz, 2 huevos fritos y harta papa frita son nuestro nuevo amanecer. Sí, grasoso. Pero la manzanilla que viene luego nos calma.
Debo explicarle que Taca es como un puerto en Victor Fajardo. La mina Canaria queda a menos de 20 minutos de ahí y si bien aun no hay beneficios directos para la población (se está negociando un centro educativo, agua, desagüe, etc.), si hay beneficios tácitos: me cuenta Don Juan que casi todos los trabajadores de la mina son de Taca o de la zona por lo que las épocas de autoconsumo, de tardes de cerveza en la calle y ese tipo de cosas, ya pasaron. Taca se ha convertido en un foco de transportistas, vendedores, comerciantes, etc. que van y vienen de Huancapi, de Huamanga y hasta de Lima en un solo carro. El Hospedaje de Don Juan es el más beneficiado. El carro que lleva a los mineros a las 7:30am nos lleva también hacia Raccaya, la última localidad a la que llega el camino para vehículos, si quieres llegar hasta Humasi o Apongo, tendrás que caminar 3 o 4 horitas, así que en la noche estate atento a los Condenados o a los Jarjachas. Serapio me contaba que una vez sola en su vida, él se había atrevido a hacer ese camino en la noche con su madre y su primo. Como su primo era más grande, caminaba adelante, guiando el paso unos 100 metros. De pronto, escuchan un ruido y el primo se regresa pálido pálido: “El gallo”, balbuceaba. Había una leyenda que decía que el demonio se posa en los animales del camino y los hace bailar. El primo había visto a un gallo bailando en el camino y, tal como rezaba la leyenda, debías tirarle una prenda para que se fuera en paz. El primo le había tirado su sandalia, “el cojudo vino sin sandalia”. Así tuvo que caminar todo el camino. “Había que creerle, no? Si no pa qué se quitaría la sandalia el zonzo?”.
Cuando llegamos a Raccaya, nos sorprendió la imagen que nos recibió. Raccaya no era precisamente el lugar al que llegaría Rafo León en su tiempo de viaje ni Gastón Acurio haría ahí una visita para su aventura culinaria; pero sí era precisamente el mejor sitio al que el terrorismo había llegado sin que nadie de la provincia lo supiera. Raccaya está atrasito del cerro, abandonado a la oscuridad. La gente no habla nadita, y menos con extraños. Su iglesia está destruida y solo queda la campana, pero no suena. La alcaldía está quemada y en cenizas, hay dos restaurantes y nadie te hospeda, ni aunque le ruegues. Hay una posta medica pero no tienen medicina. Hay un teléfono comunitario pero cada vez que te tienen que pasar la voz te quieren cobrar 2 soles: la que atiende increíblemente es una niña de 6 años que se parece a Nico (gente de Apéndice, me siguen?) y que está pegada al Rey León en su tele. Si la molestas, te friegas, porque no te pasa la voz.
El director del colegio nos recibió cordialmente pero nos previno de lo que pasaría: a la gente de Raccaya no le gustan las visitas. Casi todo mundo resiente de la gente de afuera. La observación que debía hacer no parecía ser muy accesible, toda vez que nadie me quería hospedar, no sé si me querrían vender comida, y el colegio que tenía que observar no tenía local y usaba en las tardes el local de la escuela primaria: los profesores de IV de secundaria iban cuando podían porque no les pagaban hace tres meses. Vaya, qué día. ¿Mencioné que Serapio había tenido que dejarme? Sí, el buen Serapio tenía contrato para acompañarme por dos días y sus viáticos no le alcanzaban para más. Como no creí que fuera tan peligroso, lo dejé ir. Hasta ahora lo lamento.Eran las 3 de la tarde y solo rogaba que el “carro de la mina” y sus quechuahablantes pasajeros pasaran por mí antes del anochecer y de los gallos bailarines. Así fue, pasó y me dejó en Taca nuevamente, sano, salvo y recontra asustado.
La Gringa, su sopa de trucha y Don Juan volvieron a refugiarme en su hospedaje. Pero ahora pedí cuarto y todo, porque planeaba quedarme toda la semana en Taca en el colegio de la localidad. El cuarto donde estoy hace 4 días queda en el piso 1 y medio, debo agacharme para llegar a mi cama y tengo que pisar bien porque algunas tablas del piso están rotas y un mal paso me llevaría de frente a la cocina de la Gringa. Tiene una ventana, una puerta de metal entreabierta y un foco, el cual no puedo prender mucho rato porque la Gringa se molesta y me manda apagarlo. “Mucha luz, gringo”. Tengo que matar a 4 arañas mutantes cada noche antes de dormir pues todas están deseosas de conocerme carnalmente (de hecho, ayer me han conocido mucho porque he amanecido con 8 picaduras en los brazos. “No pasa nada”, dice Don Juan). Si estoy despierto, estoy matando arañas. Si duermo, en cualquier momento alguien entra a mi cuarto intempestivamente porque jura que no hay nadie. Me miran echado en la cama, se ríen, hablan en quechua algo así como “pobre diota” y me dejan la puerta abierta. Cuando al fin puedo cerrarla, cada 2 horas me despierta Don Juan a gritos avisándome que ya llegó el carro que me lleva a Huamanga. “Don Juan, yo no voy a Huamanga sino hasta el Lunes, gracias”. “Ah, ya”. Pasa media hora y me despierta otra vez. Lo miro confundido. Pensé que me había hecho entender. “Por si acaso, pe’”, dice. Vaya, ahora entiendo por qué Alan pasó a la segunda vuelta.Ya saben que por aquí no hay luz ni agua ni baños, pero sí Internet. Los detalles engorrosos de la historia de mi higiene y salubridad, lo dejaré a su imaginación y buen criterio. Al menos, las moscas aun no se posan en mi. Los dejo a todos. Algunos me han escrito preguntándome qué diablos hago por acá. Ya lo sabrán. Lean el tercer correo. Mañana les escribo un correo más interesante contándoles el colegio y cómo sobrevive la educación en el lugar más alejado del mundo. Es muy conmovedor, pero también muy motivador. Un beso y abrazo para toditos. Escríbanme.