jueves, junio 29, 2006

Notas de Campo 5: Güero y el adiós ayacuchano

Domingo 20 de mayo de 2006
11:03pm

Es gracioso. De hecho sí me sirvió la clase de los pisos ecológicos en la clase de Geografía del profesor Quino en I de secundaria: he pasado de la región Quechua (3000-4000msnm) a la región Rupa Rupa o Selva Alta (2500-4000msnsm) en menos de 15 días. ¿Cómo así? ¡No terminó una y ya comenzó otra aventura? Termino la anterior para comenzar la nueva.Muchos de ustedes no supieron si regresé vivo o no de las aventuras de Raccaya y Taca, prudentemente me preguntaron sobre mi salud e integridad a través de sus correos: lo agradezco, estoy bien, más flaco pero más vivo que cuando salí de Lima. Mi regreso fue exitoso, lo comparto con ustedes, mis lectores amigos. El lunes después del espectacular drama digno de Tarantino (no es así, Marielìn?) de la Madre Humilde y sus fideos y su sangre y la ovación, aparecí en el colegio preparado para observar más y más clases. El Director celebró de más y sus trajines alcohólicos le impidieron regresar al colegio en los próximos días. Yo lo vi vagando por las calles de Taca con una botella de Coca Cola con un líquido verdoso y sonriendo: el director del colegio en las calles, sí. Los profesores aprovecharon y se reunieron. A los pocos días, la revocatoria llegaría a la UGEL y el querido profesor sería echado de su trabajo. Era duro pero necesario. “No es la primera vez, profe. No crea”, dijo la profesora Clara. El profesor Venancio tomó el liderazgo del colegio en esos últimos días de mi visita y me contó algunos detalles que debemos saber de Taca y su gente: acaban de negociar una indemnización con la empresa minera de la zona por 25 mil dólares, un Seguro Ambiental y mejores condiciones de trabajo para los mineros taqueños. La asamblea de pobladores ha sido muy dura en la negociación y ha lograd lo que ningún pueblo de la zona ha conseguido. Raccaya, por ejemplo, nuestro pueblo fantasma (recuerdan?) recibe apenas 600 dólares de la misma empresa, sus tierras están incultivables, sus niños se mueren en decenas por el plomo en sus pulmones: esa es la razón por la que mi visita representó para ellos un ataque, un insulto a la confianza que depositaron en los extraños… ¿Se dan cuenta? La desinformación, la necesidad, la ignorancia, la codicia… todo se junta para que suceda una mala negociación. Taca es un ejemplo de fortaleza en ese sentido. Sabemos que saldrán adelante, la pregunta es cuánto más tiempo pueden esperar.
Esa noche fue muy triste y estresante. Dejaba a tantas personas acá y regresaba a otras tantas. La profesora Clara y el profesor Freddy me han hecho jurar que les enviaré materiales, pruebas, libros… aliento, ayuda. ¿Podré cumplirlo? La profesora Clara me dijo algo antes de despedirse de mí: “Diga allá en Lima que existe Taca, pues profe. Para que manden a una persona a capacitarnos, algo”. Algo. ¿Es suficiente “algo”? ¿Sería suficiente para nosotros “algo”? ¿No pasa que podemos quererlo “todo”? ¿Por qué nos contentaríamos solo con “algo”? Me acosté listo para partir en la madrugada siguiente. Don Juan y la Gringa me despertaron a las 4am para avisarme que el carro de “Raymundo” había llegado y que me llevaría para Huancapi. Abrieron de par en par mi puerta de calamina y esperaron ahí mismo que agarrar mis cosas y les dejara el cuarto libre otra vez. No hubo despedida ni un adiós: ojalá eso signifique que algún día regresaré. La Gringa bajó la mirada y dijo un indiferente “Habrás dejado limpio, gringo”. Los mineros la etiquetaron con ese apelativo porque no cumple un requisito de la jovencita serrana de la zona: no es fácil, es dura y estricta, no sonríe por cualquier piropo de los mineros, no pide las cosas dos veces, no se ríe dos veces con la misma broma. “Se hace la difícil”, dicen. Por eso, lo de gringa.“Lo dejé como lo encontré, gringa”, respondí. Bajé mi maletín y mi mochila y atravesé el hospedaje por última vez. La Gringa no se sonrió con mi comentario, no volteó para despedirse. Don Juan, tampoco; estaba tomando su café. Las bienvenidas y las despedidas no existen donde no pasa el tiempo.
Raymundo es el chofer de un pequeño bus que lleva a todos los pobladores de la zona hasta la capital de provincia: Huancapi. Pasa casa por casa despertando a todos con una bocina espantosa y espera a que los madrugadores taqueños le avisen que no quieren viajar. A golpe de 7am llegamos a Huancapi, una ciudad muy ordenada y limpia. Apenas me bajé, un joven muy amable agarró mi mochila y me dijo: “Va para Huamanga, amigo? Le guardo sitio antes que se lo agarren” Su amabilidad me sobrecogió. Acto seguido, subió a la combi, apretó el acelerador y se llevó mi equipaje, mis notas de campo y todo mi trabajo… Qué descuido el mío, pensé. Fue el robo más estúpido de mi vida (y me han robado varias veces), tan ingenuo, tan… De pronto, apareció la combi otra vez, el chofer pasó por mi lado y me dijo: “Vaya a almorzar, joven. Una tortilla o unas lentejas. Ya vengo”. Con el mismo asombro, me quedé en silencio. No quería un desayuno, quería mi equipaje, quería irme a Huamanga. Esperé en la esquina de la plaza a que el susodicho amable regresara, hasta que lo hizo. Unos señores apristas, un perro, tres madres y sus lactantes hijos, una niña que había aprendido a leer recién y leyó todos los benditos letreros que encontró en el camino, otro perro y 5 personas más adormecidas subieron a la combi y en 5 horas estuvimos en Huamanga otra vez…
Llegué sucio y barbudo al Hotel San Francisco, rendido. Después de mis 6 baños, mi fraternal apego al WC del hotel por unos minutos, una afeitada salvaje y ropa limpia… me miré al espejo y me sentí lejos de todo otra vez. Como si hubiera sido un sueño. Estas notas de campo al menos los hacen a ustedes testigos del sueño, tal vez eso lo haga más real. Visité la plaza, las mil y una iglesias de la ciudad, los retablos, los telares. Almorcé como un turista más en una enorme plaza colonial, con sillas acolchonadas, platos limpios, aromas gentiles, texturas calientes… me sentía un forastero, bizarro, atravesado por una pregunta que no sabía explicar cuál era. Un turista argentino, bohemio, una boina en su cabeza rapada, una bufanda, muchos cigarros y una mujer adulta muy chic, la cartera y el gesto de la indiferencia, conversaban a mi lado. El argentino hablaba de las comunidades ayacuchanas que había conocido, de la multiculturalidad, del acervo tan rico de folclor que existe en el Perú, de las serranitas lindas, chapositas, “ellos viven felices, qué cosa crees? Qué están lamentándose? A mí me encanta el Perú, los niñitos corriendo por la tierra, no entienden el mundo neoliberal que nos consume, no les hace daño vivir en ese mundo porque es suyo, porque es su cultura…entiendes?” ¿Qué dicen, amigos? Entienden el sentimiento que me invadió en ese momento? La pobreza a veces es un show de lástima, de complacencia, de imágenes de serranitos sonriendo en la foto de Promperu, de mujeres ayacuchanas con chompas relucientes hablando de detergentes y de lo blanco de sus ropas, de Dento y sonrisas al pie de los ríos… de eso existe y mucho… pero el otro lado existe y un gran, enorme, fantástico mucho más. La pobreza a veces es usada para vender nuestro país como una gran banderola de falsas riquezas. Las mujeres de Taca hablaban no sobre detergentes sino sobre sobrevivencia, los niños corrían en la tierra pero sus caritas no estaban chaposas sino arrugadas y maltratadas por la contaminación, por el plomo de la mina. A mí también, como mi amigo el turista, me encanta el Perú. No estoy seguro si el mismo, pero al menos compartimos algo.Sin mucho pensarlo, ya eran las 8:30pm y ya estaba en Civa, cómodo, con un asiento reclinable, comida, frazada y muchas ideas. Luego ya estaba en el carro con mis papás, contando las aventuras, con regalos, con trofeos y artesanías. A la siguiente hora, ya estaba retomando la carretera de actividades en las que me gusta estar inmerso en esta gran ciudad: una hora después estaba dictando a mis alumnos en el colegio, en la universidad pensando en la tesis, terminando el informe del colegio y mis observaciones sociológicas, dándole un beso a la pequeña y viendo sus ojos otra vez y sintiéndome otra vez acompañado.Me gustaría invitarlos a viajar otra vez. Ayer llegué a Tarapoto y la aventura acaba de iniciarse otra vez. Hasta el próximo lunes o martes, tendré que adentrarme en la selva y el calor y los zancudos y un colegio nuevo, para mirar otra vez el Perú desde otro piso ecológico.Mañana les escribo mi primer día. Un gran abrazo y besos para quienes siguen la historia. Hubiera sido divertido decirles que fue siempre una ficción, pero es real. Y me alegra leer sus respuestas y sus comentarios, me acompañan.