jueves, setiembre 28, 2006

Notas de Campo 1: Güero y la mermelada de beterraga de los Yachachiqs

Las 5am y ya estaba otra vez en la avioneta de LS Busre rumbo a Huamanga. Como el huayno ayacuchano, llegué como un huérfano pajarillo a tierras extrañas, con los sórdidos recuerdos de mi última visita a Raccaya y a Taca, sus niños, sus Serapios, sus madres humildes, sus tristezas contenidas y sus jarjachas solitarios. Otra vez mi casaca abrigadora y nos enfrentamos al frío abusivo de nuestra sierra hasta que llegamos al imponente hotel Turistas de Huamanga. Lucho y yo nos dirigimos a nuestra habitación, la 206 (ya no había pisos intermedios como los de la Gringa) y, lo mejor de todo, había baños.

Saliendo de mi cuarto, me cruzo a muchos campesinos, todos con enormes maletas y graciosas sonrisas buscando sus cuartos. Al menos, serán como 80. No agachan la cabeza ni tienen miradas melancólicas. Algo no cuadra. ¿Tanto ha cambiado el Ayacucho de mis cercanos recuerdos? La música del salón principal del hotel me canta:

Ayacuchano huérfano pajarillo
¿A qué has venido a tierras extrañas?
Alza tu vuelo, vamos a Ayacucho,
donde tus padres lloran tu ausencia.
En tu pobre casa,¿qué te ha faltado?
Caricias, delicias, de más has tenido.
Sólo la pobreza con su ironía
entre sus garras quiso oprimirte.

Sí, es cierto. La pobreza te oprime con ironía, pero estos campesinos se habían liberado. Tenía que averiguar cómo. Tenía que hablar con ellos y encontrar sus irónicas soluciones. Se habían cansado de esperar y habían encontrado sus propios caminos. Cómo no seguirlos. Y eso hicimos. Nos enrumbamos con los representantes del Banco Mundial hacia el local del evento.
¿Para qué fuimos? El BM nos había contratado para realizar un evento en donde planeaba convocar a campesinos microempresarios de la Macro región sur y consultarles acerca de la estrategia de asistencia al país que tenían planeada para los próximos 5 años. La pregunta era: "¿Qué se necesita y cómo lograrlo?". Una campesina y sus polleras technicolor apuraron el paso y con voz muy disciplinada llamó a sus compañeros. "Oye, que la Jacinta y la Lucía traigan mi CD con las fotos, ah?" Pasaron un par de jóvenes con una maqueta gigantesca que simulaba una microcuenca con detalles propios de un arquitecto meticuloso. Otras señoras pasaban con kekes, mermeladas y jugos. Armaron una exposición de sus productos y todos pasamos a probar.
Una mermelada morada apareció delante mío encima de una galleta San Jorge.
La sonrisa de la señora chaposa que me la ofrecía era morada también. "Gracias, ¿qué es?". Ella se rio como diciendo "Come, cojudo, y no preguntes". La beterraga nunca ha sido mi mejor amiga ni es la opción predilecta de mi escaso gusto por las ensaladas, así que probarla en una mermelada exótica me paralizó. Yo también sonreí, claro. Sin duda, era una creación novo-novo andina. Sin esperar que mi bolo alimenticio se retirara de mi boca, otra gentil señora me ofreció un producto visualmente superior: un manjarblanco sospechosamente blanco. "Manjarblanco, joven". Aunque el nabo encurtido es de mis preferidos en el chifa, no me esperé encontrarlo en el manjarblanco y menos, mi paladar. También sonreí. Qué buenas ideas tienen estas personas, pensaba. Inca Kola tiene para hacer más propagandas de su slogan "Qué buena idea" aparte del chullo, el cajón y la causa. Volteé a un lado para buscar un líquido que me ayude a procesar estos sabores malvados, y ahí estaba, un refresco. Sensual, atractivo, brillante. "Ya probé beterraga y nabo en sus opciones más crueles, ¿qué podría ser peor?".
Descubrí que el extracto de papa no es una buena opción de refresco. Aun menos cuando quien te lo ofrece es la señora Jacinta, que me invitó 4 (cuatro) refrescos de papa en menos de 1 minuto. Más beterraga en mermelada, un poco de nabo, un par de kekes de zanahoria, beterraga y nabo, más refrescos y más beterraga.
Los comensales del BM sostenían una taza de café expresso en una mano y con la otra intentaban probar las viandas, pero ellos eran valientes y sabían decir No. Carezco de ese descaro, por lo visto. Al final de la fila, un señor de camisa blanca, poco pelo y una foto de un cerdo colgada de su cuello me ofreció un jamón sudorosamente mortal. No encontré nunca el jamón, pero ciertamente había grasa y mucho empeño contenido en ese pan. Me ofreció otro, y luego otro. Genial. Al final del evento estaría hecho un gordo ayacuchano novoandino, algo así como Gastón Acurio pero sin el programa.
El evento comenzó con muchas palabras optimistas, todos nos presentamos y los invitados hicieron lucir sus grandes dotes de oratoria y de expresión ante nosotros. Estos eran campesinos empoderados, no tenían miedo de hablar, de argumentar, de hacerse notar. No esperaban ser asistidos, esperaban ser escuchados. Creo que eso significaba el primer paso. Cuando los presentaron como "microempresarios", un señor levantó la mano, se quitó el sombrero y nos dio una lección: "Yo no soy microempresario, disculpe usted. Yo soy empresario". ¿Me expliqué bien cuando les dije que eran campesinos empoderados?
Los campesinos invitados comparten sus conocimientos con pobladores de todo el Perú en una admirable campaña de interaprendizaje que se originó en la microcuenca de Jabonmayo, en el Cuzco. Jóvenes que conocen nuevas formas de tecnología agrícola (métodos de riego por aspersión, uso de energía solar, acuitoldos, fitotoldos creados artificialmente para producción orgánica, etc.) viajan a otros poblados en Huancavelica, Ayacucho, Puno y Apurímac y, a cambio de un domicilio y alimentación, se quedan a vivir meses ahí para enseñarles y compartir sus conocimientos. Es una labor titánica, es un despertar hermoso de iniciativas, donde el Estado y susburócratas no saben llegar. Ellos, estimados lectores, son los Yachachiqs, palabra que en el quechua significa"maestro".

Es el turno de un chamán. Coloca un enorme poncho en el suelo del auditorio, esparce sus hojas de coca, escupe como buen chamán, canta y explica lo que hace en un quechua muy sagrado (necesito un traductor viajero!), y le dice al representante del BM: "Usted ha venido a ayudarnos, y los apus dicen que sí nos va a ayudar" Todos sonreímos. Pero él no termina ahí: "Pero nos van a venir a ayudar una sola vez, no para que se queden. No queremos asistencialismos, queremos que nos capaciten y luego nosotros solos hacemos el resto". No sé si soy yo y mis susceptibles formas de pensar en todo, pero la piel se me erizó al saber que la pobreza tiene maneras de golpearnos en la cara tan satisfactorias y exigirnos que empecemos a confiar más en las capacidades de las personas antes de procurar llegar y ayudarlos.
En el regreso, todos cantan en el bus como celebrando el triunfo de saberse escuchados, de incorporarnos como testigos a sus victorias. Si supiera la letra, cantaría. La lluvia violentísima corre en huayco por las calles arcillosas de Huamanga. El carro lucha contra la naturaleza y nos deja sanos y salvos en el hotel. Estoy pensando en la capacidad de estas personas por luchar así, contra la lluvia y contra la pobreza y sus ironías. Quizás nunca vendan su mermelada de beterraga ni entre su refresco de papa en la oferta exportadora del TLC, pero esa cultura de compartir con otros es un valor que nuestro país necesita. Ellos ya han empezado a rescatarse de la pobreza y no piensan esperar nuestro ritmo. Me siento en la obligación, amigos, de hablarles sobre ellos, sobre sus expectativas, sobre sus caminos. Los yachachiqs de Lima, ¿qué hacemos por compartir lo que somos y lo que sabemos con los demás?

De regreso a Lima, pienso en lo que nosotros podríamos hacer con una cultura de la solidaridad como aquella, qué papel cumplimos en este enorme espectáculo de desarrollo que los yachahiqs nos han enseñado. Solo somos espectadores; para nada, los protagonistas. Como sucede igualmente al final del evento, los aplaudimos, comemos su beterraga y les tomamos fotos, y hay algunos de nosotros que intentamos dar un paso adelante y cooperar con su causa. Sin embargo, el Estado, Alan, sus discursos, el baile del teteo y el regreso de Beto Ortiz es todo lo que a veces podemos ofrecerles.

Adiós pueblo ayacuchano. Ha sido una gran lección.

Adiós pueblo de Ayacucho, perlaschallay,
ripuqtaña qawariway, perlaschallay,
por más lejos que me encuentre, perlaschallay,
nunca podré olvidarte, perlaschallay.

miércoles, setiembre 20, 2006

Notas de Campo 2: Güero, El Brujo y la princesa de Cao

Yo sé que no está bien comparar pero me obligan la moral y las buenas costumbres trujillanas.
El hotel Regents al que me envió mi querido centro laboral en mi primer viaje a Trujillo a través de las gestiones de Yrenita incluía comida típica en su propio restaurante y hasta servicio wi-fi en las habitaciones; el hostal CasaBlanca en el que vivo estos días incluye un pan con mantequilla, un jabón del tamaño de una moneda de 5 soles, una abertura en la puerta del baño de la habitación 105 propicia para mirar tele mientras te duchas y un espejo clavado en la pared a tan solo un metro del piso (felizmente, desde que se me cae el pelo ya no me peino así que no le doy uso). Si Humprey Bogart o Ingrid Bergman hubieran sabido que su película inspiraría la construcción de este local, hubieran rescindido su contrato en el acto (los taxistas se rascan la cabeza cuando les dices que te dejen ahí, y repreguntan anonadados: "¿dónde queda ESO?").
El Óvalo Mochica, el bus de mis pesadillas y ya estoy nuevamente en Chocope. Nos subimos con Milton a una combi donde te alquilan periódicos a diez céntimos y con S/.1.30 ya estamos en Magdalena de Cao. Nuestra misión: conocer de cerca el Complejo Arqueológico El Brujo y capacitar a los beneficiarios del proyecto que les conté en temas de guiado turístico. La señora Lucy nos lleva en su camioneta Toyota hasta el complejo pero no quiere acompañarnos porque "ya lo he visto una vez, ¿para qué voy a volver a entrar?". Lo que no especifiqué es que la señora Lucy es la presidenta de los beneficiarios: su actitud me motiva a seguir adelante.
"¿Quieren ver a la princesa de Cao?" Milton nos lleva a la boletería. La señora que nos vende el ticket para el complejo está molesta con el puesto que le ha tocado y nunca hace contacto visual con nosotros. Nos cobra 11 soles (en Sipán la entrada está a 4 soles) y Milton se apunta para demostrar sus dotes de guía ad honorem. Ingresamos a un enorme patio de tierra desde donde se ve una enorme pirámide de adobe, hoy cubierta por un toldo blanco que simula las olas del mar que el complejo oculta tras de sí, y debo decir que es impresionante saber que estás parado en una construcción sagrada de 3500 años de antigüedad. Este patio fue usado como recinto mochica para sacrificios humanos y se han encontrado restos de una mujer sacerdotista o gobernante que lideraba tales ritos.
Al fondo del patio ceremonial se puede observar 3 plataformas, cada una de ellas con gráficos distintivos en sus paredes. En la primera, unos caballeros desnudos y con sus testículos abiertos por un tajo sanguinario caminan en fila india (no sabían que era "india" en esa época) amarrados con una soga por el cuello y listos para ser sacrificados. A Milton le obsesiona contarnos sobre estos genitales deformados y hasta nos toma una foto al lado de ellos, ante su gentil insistencia. Yo no sonrío.
En la segunda plataforma, unos sacerdotes locos y sanpedreados bailan una extraña danza extasiada ante el singular rito que se proponen. Aparecen agarrados de las manos y con una gran, enorme y sarcástica sonrisa en sus rostros. El San Pedro, mis queridos lectores, es un cactus primo-segundo de la ayahuasca que crece en México, Bolivia y en Perú y que sirve desde hace milenios para fines megalómanos y chamanescos al dotar al consumidor de gratas visiones fantasmales. Los expertos, como después leí, aseguran que los prehispánicos no conocían los efectos contraproducentes de la planta: en personalidades autoritarias y paranoicas (como "sacerdotes sacrificadores de humanos", por ejemplo) los efectos pueden ser muy violentos. Qué importante es leer las contraindicaciones de todo fármaco, ya ven. Les hubiera ahorrado los remordimientos post-ritual.
En la última plataforma -que es la menos visible y en la que Milton nos obliga a usar nuestra imaginación y creatividad- aparecen dibujos del dios Ai-Apaec o dios degollador (me pregunto cómo así se les ocurrió adorar a este monstruo con cuerpo de araña, cabeza de hombre, dientes de felino y sonrisa de serial-killer), sosteniendo en una mano el cuchillo ceremonial de sus fantasías y en la otra -obviamente- una cabeza. "¿Y la princesa de Cao, Milton?" Seguimos subiendo ante la mirada psicótica de este dios hasta que nuestra visión prehispánica se ve interrumpida por una cinta amarilla que dicta: NO TRESPASSING. Aunque hubiera sido excelente que los moches demostraran ser bilingües, Milton nos saca de la duda:
- "¿Y esto es todo, se acabó".
- "Se acabó qué? ¿Y la princesa de Cao?
- "Ah... es que se llevaron a Lima a la momia para estudiarla, no les dije?"
La señora Lucy nos deja en la Casa de la Juventud, local donde se realizará la charla. En la esquina de la cuadra hay una reunión aprista y un par de borrachos canta la Marsellesa y otras canciones hayistas. Cuando entramos al local, la escena es surrealista: Un negro de 2 metros de altura con una gorra de los Bulls está frente a una pizarra escribiendo frases en inglés; una decena de niños de 6-8 años intentan mirarlo pero solo ríen y juegan. "Shut up, guys". Nos mira, sonríe con una dentadura realmente blanca y nos dice "Ya terminando, ya". Yo estoy sorprendido. "Es el profesor de inglés", me explica Milton con total naturalidad. No entienden, es realmente el último sitio donde me esperaría un profesor de inglés gringo, negro y basquetbolista. De pronto, el profesor empieza a perseguir a los niños con terribles y mágicas zancadas de gigante y les tira una pelota de basket desinflada en la espalda. Si te toca la pelota, debes decir una frase en inglés. "I am happy" "you are man" "me no red". Bueno, están empezando. Al menos, la violencia es encauzada a tener un efecto positivo (es lo mismo que hago con mis alumnos de V de secundaria y soy testigo que funciona). Los niños se van pues la clase ha terminado. El profesor se saca la gorra y suelta un suspiro. No parece muy satisfecho. Me acerco y curioso pregunto con mi inglés no-practicado:
- "Where are you from?"
- "Chicago". Sonríe y se siente acompañado.
- "Are yo living here?"
- "Temporarly, man"... "youre not from here".
- "No. Im from Lima." Hago una pausa. No sé cómo preguntarle lo que realmentre quiero preguntarle. Finalmente, lo hago. "What are you doing here?"
La respuesta es fabulosa. Sobre todo, por el fondo musical de "Víctor Raúl... PRESENTE" de los borrachos de la esquina.
- "I dont know". Y se va.
Si García Márquez hubiera vivido en el Perú, si hubiera conocido Taca, Raccaya, la casa Hunamp Ku, a Serapio, a Milton o al gringo de Chicago, habría descubierto mil Macondos más impresionantes que los de José Arcadio Buendía. Sin duda.
Los asistentes a la capacitación no llegan ni a 15 (son 70 beneficiarios en total). Es difícil convencer a la gente que tiene que empezar a cabiar de actitud para salir de la pobreza. Me llevo el recuerdo de Don Segundo. Es el primero en participar de todas nuestras actividades y siempre nos sorprende con información ilustrada de último minuto: "Joven, que los turistas no contaminen el ambiente, ¿ah? Porque, por ejemplo, en China ya casi nadie va en carro. Todos los chinos manejan bicicleta para no enfermar el aire. Yo solo paro en bicicleta por eso". No quiero hablarle de la tercera parte de la película Fast and the Furious donde Hollywood choca 500 carros en pleno Tokyo, así que le doy la razón y proseguimos con la charla.
A solo 2 horas de haber comenzado la capacitación, Milton quiere hacer un break porque no quiere cansar a los asistentes. Morochas y Fanta, una conversación ligera, y retomamos el tema. Al final del día, un joven se acerca a nosotros y nos agradece: "De verdad, muchas gracias". Nosotros sonreímos. Él no deja de estrechar nuestras manos. "De verdad". NO tenemos respuesta.
Es increíble. Es satisfactorio. Y enormemente desconcertante. Por un lado, vivimos una sensación de frustración latente todo el tiempo porque no puedes meterte dentro de la mente de las personas y empujarlas hacia su propio desarrollo; nos sentimos como el gringo de Chicago perdido en mitad de la nada, protagonistas de causas perdidas. Por otro lado, vivimos una sensación de haberlo logrado todo cuando somos capaces de cambiarle el día a una persona y despertar en ella la chispa de un verdadero cambio; los hacemos protagonistas de sus pequeñas causas. Vale la pena todo por ese "de verdad".
La genial idiosincrasia del Norte nos despide y después de llevarnos un par de King Kongs y muchas cuñitas parto hacia mi querida Lima, las princesas ausentes de mi vida y mis degolladores internos.

lunes, setiembre 18, 2006

Notas de Campo 1: Güero y el cabrito con frejoles de Trujillo

Apenas pisé el terrapuerto de Trujillo, un pensamiento caprichoso de embarazado sietemesino me asaltó: "Güero, no puedes irte del Norte sin comer cabrito con frejoles".

Pasando el karaoke Pavarotti y su pollo enorme de neón azul, y pasando el bar-pizzería-internet Badani, llegas al Óvalo Mochica, paradero obligado para todo aquel que quiere -como nosotros- enrumbarse hacia Chocope, ciudad a 60km de Trujillo, en la provincia de Ascope. Un bus te lleva por 2 soles y mucho estrés a través de la Panamericana Norte por plantaciones de caña, velocidad extrema, y acompañado de muchas películas de acción de bajo presupuesto y traducidas con acento español refinado (reconozco que a Chuck Norris y a Bruce Lee les caen a pelo el acento de la Serie Rosa mientras patean traseros, en fin). A la altura de Mocollope y después de media hora de camino, ingresa un señor muy arrugado a pedir plata. "Yo he sido drogadicto, asesino, violador, un mal hombre pero Dios me ha regenerado. Y para demostrar que Dios está conmigo, voy a hacer lo siguiente". Se atravesó la piel de la garganta con una alambre negro y se lo dejó ahí colgando mientras se acercaba a nuestro asientos. Todos le dimos nuestras monedas desinteresamente, porque sin duda Dios estaría con él en unos minutos cuando el pobre hombre cayera muerto por una infección de tétano. Se quitó el alambre, se limpió la sangre que caía hasta su camisa y nos sonrió. El Norte sí que sabe dar bienvenidas.

El paradero de Chocope es uno muy desordenado, tumultuoso, con harta molleja a la parrilla y chinganita. El menú cuesta 2.50 e incluye dos porciones de sopa, gallina en alguna variedad (el mechado es mi favorito) y refresco refill. No, no había cabrito. Lo que hay en todo Trujillo es una enfermiza fascinación por la gallina. Ningún plato que ofrezca pollo es valedero pues el pollo no existe, siempre es gallina. En el chifa el wantan es relleno con gallina; en los cafés, los panes con pollo son de gallina; y no lo he confirmado para esta ocasión pero el éxito rotundo de los Pollos a la Brasa es muy sospechoso.

En Chocope nos recibe Milton, un abnegado especialista en turismo con el que coordinaremos el trabajo que nos lleva por acá. Les explico: el descubrimiento de un complejo arqueológico mochica en estas localidades está atrayendo la atención del turismo nacional e internacional, sobre todo por la existencia de restos de una princesa enterrada allí y que rompe los esquemas machistas de las culturas prehispánicas que todos conocemos. Nuestra misión: capacitar a microempresarios de la zona en temas de guiado turístico, liderazgo y gestión de sus negocios para que aprovechen la oportunidad en favor del desarrollo de su comunidad. En la siguiente nota de campo les contaré las aventuras que nos tocó vivir en el complejo de El Brujo.

Milton nos lleva hasta Magdalena de Cao, el distrito que colinda con Chocope y donde descansan los restos de la princesa moche. Nos recibe Lucía, la cebichera, y nos invita a pasar a su restaurante. "¿Tiene cabrito con frejoles?" Nadie me contesta y llega un plato con cebiche. Las pepas del rocoto flotan en el jugo y ni la yuca, ni el camote ni 5 vasos de Fanta nos calman la úlcera que pronto provocará este día en mi estómago. Su televisor solo capta la señal del 4 y el 7, pero tiene la corrupta virtud de cambiar intempestivamente a canales de cable gringos ante el capricho de la antena. "A veces, vemos las series de Fox", señala Lucía mientras peina a su hijito a un lado de nuestra mesa.

En el almuerzo ya (el cebiche fue solo un desayuno), nos dirigimos a otro restaurante del distrito. Busco en la pizarra del menú el cabrito con frejoles de mis fantasías morbosas pero no lo encuentro. Sudado, lorna, toyo. "Diablos, ¿no hay cabrito?" Mis súplicas son escuchadas... pero solo parcialmente. El cabrito aparece pero no precisamente el que esperaba. El mozo que nos atiende es total, ingenua, amanerada y descaradamente gay. Le agarra el hombro a mi compañero de viaje y con un rápido giro coqueto se va en busca de nuestros platos. Toyo, muchas espinas, dos ojos y una minucia de arroz son nuestro menú. Ni modo.


El último día nos vamos de Magdalena de Cao y volvemos al paradero de Chocope justo a tiempo para la Verbena Artístico-Musical en honor al aniversario del Instituto Tecnológico de Chocope. La presentadora intentaba que los peatones detuvieran el paso un momento y la miraran, un estrado de Cerveza Cristal era su escenario, vecinos cantando desaforadamente música de la nueva ola se peleaban con el viento y con la indiferencia local, y una banda muy rechazada tocaba al otro lado de la plaza tratando de ganar la atención de los pocos espectadores. Carlos le pide a las chocopinas que le vendan un palito de molleja. A cambio de 1 sol obtiene ají y mayonesa A la Cena sobre las mollejas más duras del norte. Ni siquiera uno de los mil perros que se pasean por el show acepta el regalo de Carlos. Está bien que sea perro pero no te pases.

Tomamos nuestro bus finalmente y llegamos a Trujillo, caminamos hasta la Plaza y buscamos el cabrito con frejoles o el arroz con pato que nos permita irnos del Norte con dignidad. Aunque nadie se atrevía a servirnos dichas viandas a estas altas horas de la noche, consigo finalmente que una señora se apiade de mi ingenuidad y voracidad y obtengo mi recompensa. Cabrito. Frejoles. Yuca. Y mucho ají. El viaje de regreso en bus es una pesadilla. Jugamos Bingo, vemos 5 películas, me venden doritos, Carlos se queda dormido y ronca como el señor Barriga. Lo malo es que mi barriga no me deja tranquilo. La frase de la terramoza retumbaba en mis oídos: "Por favor, los servicios higiénicos del bus deben ser utilizados SOLO como urinarios. Por ningún motivo, deben satisfacer cualquier otra de sus necesidades". Dios, viajé con muchos motivos y terribles necesidades las próximas 9 horas de mi viaje.

Pobrecitas las embarazadas. Nunca podrían combinar en un solo día estas tres variables que yo valientemente intenté: visitar Trujillo, comer cabrito con frejoles y viajar en Cruz del Sur. Ya lo saben. Controlen sus antojos, viajeros.

miércoles, setiembre 13, 2006

Notas de Campo 5: Güero y el bocho del amor no coimean

La relación que tengo con mi bocho es profundamente simbiótica.
Él es casi una extensión de mi cuerpo y cuando viajamos por Lima no estoy muy seguro quién maneja a quién.
Todos lo conocen como el bocho del amor y, ciertamente, lo es. Rojo (aunque algunos se han atrevido a sugerir que es "coral"); con una antena unicornia negra al frente siempre desenvainada; amante desaforado de Radio Ritmo Romántica y Oxígeno (si le pones otra emisora, se raya); enemigo público de Maná y Ricardo Arjona a partir del tercer disco (simplemente no los tolera y cambia caprichosamente la radio sin previa consulta de los pasajeros); malhumorado con choferes que reúnan 2 o más de las siguientes atribuciones: i) miembros de la tercera edad de 1.60m o menos, ii) madres haciendo pull entre las 7:30-9:00am o entre las 2:00-3:30pm, y iii) choferes de taxi sin pasajeros rogándole a los peatones que se suban; galante y orgulloso como él solo (nunca se queda botado cuando hay una fémina en su interior; el muy coqueto finge salud hasta el último segundo y cuando nos quedamos solo, se cae a pedazos y es capaz de dejarme en mitad de la carretera); y pérdidamente enamorado del grifo Gasela de la Bolívar (cualquier otro aditivo de distrito ajeno al nuestro le produce acidez).
Pero, sobre todo, honesto, probo, intachable.
Ibamos por San Felipe rumbo a nuestro hogar cuando ese inefable color ámbar apareció en el semáforo de la Brasil: el bocho y yo apenas la cruzábamos a modesta velocidad y un patrullero me hizo bulla para que me estacionara a un lado. Chessu.
- "Jefe, la luz ámbar significa: *aún puedes pasar, apúrate*. Eso fue lo que hice, no iba a quemar llanta, no?". Quise prender la luz de la cabina y el bocho no me lo permitió. Estaba empezando a molestarse.
- Su brevete, tarjeta de propiedad, SOAT.
Maldita sea, mi SOAT había vencido hacía una semana.
- Señor, tiene que acompañarme a la comisaría y su carro se va al depósito.
Chessu otra vez. El bocho nunca lo permitiría. Qué hacer, qué hacer. Solo me quedaba una vía. (No, lectores, yo nunca coimeo... sólo chantajeo y pongo a prueba las emociones del polícia.)
- Jefe, este carro es mi herramienta de trabajo. Si nos separa, nunca podré llegar a la chamba a tiempo (mi oficina queda a 8 minutos de mi casa). Es más, nunca podré ganar la plata necesaria para sacarlo del depósito, ¡soy sociólogo!
- Mire, jovencito, yo no puedo hacer nada porque mi compañero (término equivalente a decir "mi-otro-yo") ya vio su falta. Pero si usted me ayuda...
El bocho y su antena detectaron la presencia del enemigo: la coima. Impasibles y muy flemáticos, decidimos negarnos.
- No le entiendo, jefe, ¿qué significa eso de la "ayuda"?
- Usted sabe, pues. Si usted coopera con mi compañero (Dios, simplemente diga "yo"), lo borramos del sistema. Así usted ya no tendría que gastar su tiempo en el depósito y todo el trámite. Digo, para ayudarlo, no?
- ¿Para ayudarme a qué? Mire, jefe, si yo he cometido una falta usted debe ponerme la multa. Y si usted cree que mi carro debe ir al depósito, pues aquí se lo cuadro y se lo dejo. Lo que pasa es que a mí me parece que la sanción debe ser coherente con la conducta que usted quiere lograr en mí. Le explico: usted quiere que yo nunca más me pase la luz ámbar; por lo tanto, me pone una multa, yo sufro pagándola, y aprendo con dolor a no hacerlo. Eso le acepto. Pero no puedo aceptarle que me pida dinero, porque eso está MAL ("los valores que hay en ti, ¿se acuerda de esa propaganda de Backus?"), está MAL. ¿No cree?
- Bueno, sí...
- Es más, yo soy profesor de colegio y usted es policía. Somos representantes de las instituciones más importantes de la sociedad. ¿Cómo podríamos corrompernos entre los dos? Yo no podría regresar al colegio y mirar a mis alumnos otra vez sabiendo que resolví mi problema ilegalmente. Y usted menos, porque usted combate lo ilegal. No tiene sentido. Así que hagamos lo siguiente: usted me pone la multa, se lleva mi carro al depósito y yo me voy a la comisaría y denuncio a "su compañero" porque me está pidiendo plata. Y ustedes han sacado su propaganda de "a la policía se la respeta" por algo, así que yo la voy a cumplir. Usted me castiga a mí y yo lo castigo a usted.
Y al final, una sonrisa sutil, liviana, casi imperceptible. Que no se sienta presionado, solo queremos que active su masa neuronal.
A los 5 minutos, el bocho y yo somos liberados con un par de frases selectas: "Vaya nomás, mi hermano también es maestro y gana una miseria. Por favor, no se pase la luz ámbar". Cuando llegamos a la cochera, el bocho cae rendido por el estrés y se apaga, no puede más. Tengo que empujarlo los últimos 2 metros hasta su final parada donde dormirá tras una increíble y peruana anécdota policial.
Tener un bocho, ser sociólogo y maestro de escuela tiene sus ventajas. Úsenlas para bien.