sábado, noviembre 10, 2007

Notas de Campo 3: Güero perdió al Bocho

El día que conocí al bocho, lo rechacé.

Era un bólido avejentado, sin asientos, con las llantas en el piso, y engrasado y abollado como un boxeador metálico vencido en medio de un taller escondido en Breña. No nos miramos siquiera porque yo andaba convencido de que ese carro nunca prendería, que mejor sería invertir el dinero en un carro que al menos pareciera eso... un carro. Los primeros días que salimos a conocernos nos llevamos realmente mal. Él me dejó botado en la Javier Prado sin gasolina aun cuando el marcador decía que el tanque andaba a la mitad. Y yo lo obligaba a dormir en un almacén espantoso a dos cuadras de mi casa, con tres perros que le ladraban, lo meaban, y sin un foco que lo acompañara siquiera.

Sin embargo, al primer mes que empezamos una vida juntos, empezamos a adecuarnos a la personalidad del otro. Adquirió su color rojo (o coral, decían algunos), su antena negra de unicornio (así lo llamaba Renata), sus faros neblineros, su timón rojo de Fórmula-1 y sus asientos grises reclinables. El bocho era muy egocéntrico, ostentaba sus faros neblineros amarillos Hella aun cuando eran piratas y ni siquiera estaban conectados; tenía un humor de perros, y a muchos pasajeros los intentó despachar en su primera visita, como a Agnes a quien intentó botarla en mitad de Pezet una tarde; era orgullosísimo, y jamás se quedaba botado si había una mujer acompañándonos, esperaba con gallardía que estuviéramos solos para que el tubo de escape se le cayera (en 2 oportunidades), el cable de acelerador se rompiera (25 veces) o la batería se diera por vencida (166 veces. al menos). Cuando llegábamos a la casa después de un día de trabajo extenuante, el engreído se apagaba y me obligaba a empujarlo dentro de la cochera, y a la mañana siguiente prendía como si nada hubiera sucedido.

En sus primeros meses de vida con nosotros, fue bautizado por Vasco en las afueras de una asamblea de Themis como El Bocho del Amor, y su peculiar sticker le sacaba risas a todos los conductores que nos pasaban de lado.

Tenía luz interior pero prendía solo cuando se tenía que leer algo interesante; tenía radio pero se apagaba con Ricardo Arjona o cuando poníamos tercera; tenía maletera pero siempre llevábamos los papeles y nuestra ropa en el asiento trasero porque siempre hemos sido muy exhibicionistas.

Es increíble que hasta el día de hoy, cuando me veo desolado por esta tragedia, me dé cuenta que el bocho y yo no tenemos foto juntos. Es como si no tuviera pruebas de que nos conocíamos. Y por eso decidí escribirles a ustedes, porque los únicos testigos de que él existió y de que se convirtió en un símbolo de algo especial son ustedes, ya sea que lo vieron pasar, que escucharon sus aventuras, que se sentaron apretados atrasito del timón o que lo vieron estacionado al frente de sus casas en alguna oportunidad.

El bocho los conoció a todos ustedes. Nos llevó a mil ensayos de Apéndice en cualquier auditorio, parque o casa que se necesitara, en sus asientos se transportaron los vestuarios, los libretos, los folletos y hasta la utilería de las primeras obras. Nos llevó y recogió de todas las asambleas y comisiones de Themis los lunes en la noche. Acompañó mis viscisitudes vocacionales estacionado en Derecho durante 4 largos años aun cuando su tímido y rebelde color rojo me daba señales de que la Sociología era lo que debíamos estudiar. Llevó registros de notas y exámenes de Pamer, Nivel A, Axyz y de los colegios en donde trabajábamos, y los alumnos lo conocían como "La Cucaracha", "El Volocho", o la "Carcacha roja". Compartió estacionamiento con los otros bochos en el parque de Rodolfo Rutté en Informet, juntos a los blancoo, celestes y amarillos de la gente del trabajo y los vecinos. Nos llevó a la playa todos los fines de semana y aunque su piel se cuarteaba por el sol cada vez que lo dejaba en Punta Hermosa, nunca se quejó ni hizo rabieta en frente de las visitas.

Hace unos días, tuvimos una de nuestras tantas peleas. Casi atropellamos a unas chicas en la universidad cuando el maldito distraído dejó pegado el acelerador en una vuelta en U en el estacionamiento de Derecho. Lo dejé abandonado ahí toda la mañana y juré que estaba harto de sus niñerías, que si no era la batería en la mitad de la noche en la Vía Expresa, era el embrague en la Panamericana Sur; que sino era que medíamos mal la gasolina, era que vomitaba todo el aceite en alguna parada del semáforo. Juré que lo vendería, que no podía seguir así, que estaba más caprichoso que nunca. Que lo venderíamos por unos cuantos dólares y nos conseguríamos un compañero rodante mejor, más moderno, más seguro, que cuando quisierámos cerrar sus puertas, realmente se cerraran, que cuando quisiéramos frenar, realmente decidiera prender sus luces rojas traseras y no dejar que algún baboso nos embistiera, como sucedió muchas veces. Lo juré.

El 31 de octubre, aun molesto con él pero de mejor humor, lo estacioné 1 minuto y 45 segundos en una calle de Miraflores, al frente del departamento de Mónica. Cuando bajé, él se había ido. Me quedé con las llaves en la mano y el llavero de G azul en mis dedos. Como bien describió María, mi primera reacción fue la negación. Nadie vio nada, nadie escuchó su ronroneo clamando por ayuda. Dios. Me sentí tan impotente, tan culpable, tan solo.

Ahora que lo pienso más, no estoy seguro que se lo hayan robado. De ser así, estoy seguro que se hubiera tirado por la Vía Expresa antes de dejar que unos malandrines lo extirpasen o desmembrasen cual Tupac Amaru. Yo creo que simplemente nos dejó. Prefirió ahorrarse el dolor de tener que dejarlo ir, quizás como bien dijo Manolo, porque si no hubiera sido de esta forma, nunca nos hubiéramos dejado.

Hoy lo veo esto como un cambio positivo, una renovación, un mensaje del bocho. Les envío este mensaje en señal del luto que me acompaña estos días, esperando que sus respuestas y sus reacciones y sus palabras lo honren como bien se merece. No les mentiré, sin embargo. Veo el espacio que ha dejado al frente de la casa y no puedo dejar de preguntarme si es posible que salga y lo vea estacionado. Aunque suene muy cojudo o estúpidamente ingenuo y cursi, he perdido algo que no creo que pueda recuperar por más que maneje 10 carros más en mi vida.

Su placa es HQ1048, si lo ven pasar por su lado en estos días, no duden en llamarme. Díganle que me perdone, que no lo dije en serio, que todavía podríams pasar unos cuantos años más juntos, que Mónica y yo lo extrañamos mucho, que ya no tenemos mucho sentido del tiempo ahora, que puede regresar y que sabremos despedirnos mejor.

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