jueves, junio 29, 2006

Notas de Campo 2: Güero y la fruta en San Roque de Cumbaza

Sábado 27 de Mayo de 2006
10:55pm

El viernes conocí a Domingo.
Domingo es un guacamayo turquesa y amarillo que vive alrededor del cuarto donde me alojo en la Patarashka; es enorme y se ha encargado de espantar a todos los loros que le presentan. Al otro guacamayo, Lorenzo, le dice “feo” todo el tiempo y le lanza cecina de rama a rama. Ayer en la tarde, estaba trabajando mis fichas de observación en la terraza del hotel cuando Domingo hizo su aparición. Se reía e intentaba repetir las vocales que su dueña le había estado enseñando. La “i” era su tortura y nunca podía pronunciarla bien; cuando terminaba con las otras cuatro vocales, gritaba enfurecido y le decía “feo” a todo aquel que veía. Como a mí. La dueña del hotel estaba recostada en la hamaca (como hacen todos por aquí a la hora de la siesta) y no le tomaba atención. Domingo gritaba, arrancaba las frutas que veía en las ramas, atacaba a los perros amantes de los que les hablé, y destruía todas las cañas y las hojas de palmera de los techos. Esa “i” era como una piedra en su zapato, o en su pata. La dueña lo carajeó y le dijo que no importaba, que algún día lo haría, que no fuera tan necio. Domingo no entendía y seguía en pie su berrinche. La señora le lanzó una fruta y golpeó al pobre animal. Se recostó en la hamaca y Domingo asomó su pico nuevamente. “Ya, te perdono, ven”. Domingo bajó hasta la hamaca y empezó a despiojarla, ella sacó unos gajos de mandarina y se los regaló. Fue una gran reconciliación. Domingo me miraba con uno de sus ojos, satisfecho, como un niño cuando logra su cometido tras patalear en el suelo.

Hoy Domingo logró decir la “i”. Yo no la escuché, pero todos dicen que así fue. Debo creerles, ¿quién mentiría con una meta tan difícil de alcanzar? La naturaleza también intenta hacerse notar a veces, y se enfurece cuando sus designios no son logrados. Nuestras “íes” a veces son como las de Domingo. Pataleamos hasta conseguirlas. Y aunque obtenemos una sanción, luego viene la recompensa y el apoyo. Luego, el resultado. Gracias a los que soportan mi camino hasta las “íes” que me propongo.

Cuando logré encaramarme otra vez en la tolva hacia San Roque (ese día no hubo sacos qué cargar para mi suerte, sólo botellas de chicha y maletines), el cielo estaba nubladísimo y no tenía que ser muy chamán para saber que esa tarde llovería. 40 minutos y una pequeña lluvia en mi pelo, y finalmente llegamos al colegio. Ese día vería clases de Comunicación y me entrevistaría con la profesora Cecilia, era un día de trabajo intenso desde las 7:30 hasta la 1pm.
El colegio, amigos, es un patio de pasto duro rodeado de tres pabellones de aulas, con sus techos de calamina brillantes (porque son lavados naturalmente por la lluvia) y oh! Sorpresa, con baños; es más, con muchos baños. Es más, todas las casa de la comunidad tienen baños, inodoros multicolores en todos lados. ¿Es que acaso la pobreza de San Roque ha priorizado los baños antes que otras necesidades? Yo diría que sí, no parece lógico pero en el fondo es bastante coherente. La alimentación de estas personas se basa en plátanos, naranjas, plátanos, uvas, coconas, plátanos y más plátanos. “¿Cómo podría uno morirse o enfermarse en la selva, profe?” me dijo Víctor ayer. “Acá no hay desnutrición, es cuento. La gente tiene que informarse sobre la fruta y sus poderes”. Es cierto. Pero más cierto aún es que tal cantidad de plátanos y frutas no podría ser la dieta básica de la gente de Taca, verdad? Donde no hay baños, los jugos no son muy bienvenidos. Me impresiona pensar entonces en las caras que tiene la pobreza y las estrategias que usa para decidir qué es más importante en la vida de las personas en las que se aloja: en Taca, la prioridad era lograr tener agua y los servicios higiénicos no eran tomados en cuenta como una necesidad importante. En San Roque, no les importa no tener agua (¡tienen un río!) pero sí tener un inodoro en su casa.
El colegio cuenta con una piscina natural donde viven y se reproducen más de 15 mil peces, criados por los mismos alumnos y vendidos en Tarapoto. El primer día que me asomé, un lagarto se había colado en el cardumen, era pequeño y solo vi sus dos ojos flotando inertes. El profesor Víctor lo cazó esa noche. Dicen que no hay muchos lagartos en la Selva Alta, pero eso dijeron de los felinos salvajes, y el jueves en la mañana vimos uno a lo lejos en la parte más poblada de una colina lejana. También tienen un huerto con mucha fruta, un laboratorio de química y biología, con esqueleto y todo; un jardín de diversión donde juegan los pequeños de Inicial, y baños (ya dije eso, no? Disculpen, saben cómo es eso importante para mí desde hace un tiempo). Pero no se confundan, no vayan a creer que es un colegio pudiente. Sin duda, hacen artificios para escapar de la pobreza en la que viven, y logran mejores resultados. Pero viven en la suciedad y el polvo (por más que barren y barren, el polvo nunca se va); solo los petisos tienen derecho a almuerzo en el colegio, los de secundaria vienen sin desayuno; las pizarras son un adorno, están tan percudidas que nada de lo que se escribe podrá ser leído (sin embargo, tienen todas las tizas que a Taca le faltan); muchos alumnos no tienen zapatos ni uniforme.
Los alumnos se me acercan, hacen como que conversan por mi celular, agarran mi discman, se ponen mi mochila, se ríen de mis lentes porque son un poco azules, se ríen de mis brazos porque están picoteados por los zancudos de Taca, me preguntan dónde vivo, quién soy, por qué vengo, cuándo me regreso, si quiero chicha, si quiero naranjas y si me gusta escuchar Backstreet Boys… los niños de San Roque han aprendido a comunicarse mejor que nadie, no le temen a la gente forastera, quieren saber más del mundo y no permiten que los mires con pena. Las chicas viven adelantadas de los varones, son muy listas y no se dejan burlar por su género; si algún chico les dice que deben ir a cocinar o a lavar al río, más de una es capaz de levantarse en mitad de la clase y golpear en la cara tremenda ignorancia vestida de niño. Los niños de Taca se tapaban la boca cuando se escuchaban en español; a los chicos de San Roque hay que taparles la boca para que dejen de preguntar. Son risueños y nada les molesta. Viven con una sonrisa todo el tiempo. ¿Es menos pobreza porque existan sonrisas?, pensaba de regreso. Los maestros no consideran que tengan problemas. Han adoptado una actitud bastante autosuficiente y pocos han sido capaces de reconocer errores o limitaciones. Cuando les preguntas sobre cosas que faltan, te dicen que las van a mejorar… que no nos preocupemos. Cuando les preguntas cuáles son los problemas de los estudiantes en San Roque, te dicen que ven mucha televisión. Cuando les preguntas cuáles son los problemas de enseñar a adolescentes en zonas rurales, te dicen que a veces caen en la prostitución pero que es culpa de la influencia de Tarapoto, cuna de la degeneración sexual en venta. ¿No es increíble, amigos, cómo la pobreza se reproduce a sí misma muchas veces? ¿Cómo se niega a mirarse un momento y reconocer que necesitan recursos para seguir adelante; sin que ello, claro, signifique olvidar el tremendo desarrollo que han logrado? En San Roque, yo admiro que hayan maquillado tan bien las carencias, pero no me engañan. Se siembra muchísima fruta pero nuestra amada tolva no es el mejor vehículo para sacarla al mercado de la ciudad, o sí? Hacen un vino afrodisíaco muy particular (que estoy llevando en una botella a Lima) pero no lo venden en grandes cantidades porque sus vecinos en San Antonio, “hacen uno mejor”. Sin infraestructura, sin apoyo de las autoridades, sin caminos, sin técnicas de cultivo, sin humildad, tampoco se puede salir de la pobreza. Taca y San Roque comparten una misma situación, pero no comparten la misma visión de sí mismos.
La clase de comunicación es interesante, no hay duda. Practicaron los elementos de la Entrevista y se juntaron en grupos para preguntarse mil cosas. Señalaron que la mejor entrevistadora que conocían era Magaly y que la mejor entrevista que habían visto era una que le había hecho la CNN a Osama Bin Ladem. ¡Dios! No sé si me impresiona más lo de Magaly o lo de Osama, pero la televisión sí que vive en las cabezas de estos alumnos. La profesora es muy cercana a ellos y hacen una clase muy amena. Sin embargo, cuando intentaron leer un cuento, el universo cambió. Tuvieron que leer el cuento 7 veces para que la profesora consiguiera que los chicos lo entendieran. ¿No es increíble cómo la comunicación puede ser tan injusta a veces, dejarse desarrollar tan bien oralmente y ser tan estricta para dejarse leer?

Almorcé una caldo de gallina donde la señora Anita con Víctor y la profesora Cecilia. Y luego una tilapia frita deliciosa, con ojo y todo. Unos plátanos hervidos y mucho jugo de tumbo. Naranjas, plátanos y más plátanos. Víctor hablaba de Ollanta y de su discurso autoritario: “¿Ese tipo cree que soy cooooojudo, diga? Ya hemos aprendido de los terroristas, y de las armas y eso, como para que venga él a decirnos que la violencia es la solución… la solución, profe, es una carretera, camiones, el TLC, un mercado…!” Víctor es bastante lúcido y aunque critica a Lourdes y su falta de llegada hasta pueblos como San Roque, lamenta que la gordita no haya llegado a la segunda vuelta. Víctor quiere que me quede en San Roque un día a dormir. Y tiene razón. Vivir en Taca esa semana me hizo comprender muchas cosas que aún no puedo percibir de San Roque. El lunes pasaré la noche en un hospedaje medio esotérico de la zona. Estoy seguro que ese día merecerá una nota de campo muy particular.

La tolva regresó a la 1pm con unos hatajos de leña en decenas (de solo pensar que tendría que cargarlas todas, casi me desmayo). No cabía nadie en la tolva y algunos jóvenes estaban trepados encima de la leña. Me vi de pronto en la foto de algún reportaje noticioso de canal nacional como una más de las víctimas que a veces de manera indiferente vemos en la parte policial de los medios de comunicación. “Joven estudiante muere al ser aplastado por la leña en un camino en la mitad de la selva peruana” Me trepé en el parachoque y planeé la mejor manera de sobrevivir. Me senté encima de la leña con las piernas en el aire, mi mochila bien agarrada en mi pecho, y mis ojos mirando el paisaje de Lamas. Qué suerte la mía. El carro avanzó unos kilómetros y se le bajó la llanta. Luego, empezó a llover amablemente. El chofer (tal como yo en mi bocho) no tenía gata ni llanta, solo una gran sonrisa y muchas risas compartidas por los pasajeros. Mi sonrisa ecléctica los acompañó por unos minutos. Cuando me acordé del lagarto y del tigre a lo lejos, la borré de mi cara. Esperamos a que una camioneta de los franceses pasara por ahí y nos auxiliara. Así fue, y retomamos nuestro camino. Llegué a Tarapoto a las 6pm con harto calor y recontra mojado.
Mis compañeros tienen historias parecidas, así que esa noche nos divertimos mucho con todas ellas. Tomamos un batido de uva espectacular, comimos cecina con tacacho y vimos un especial en Discovery Channel sobre un aventurero inglés que se mete en las comunidades más perdidas del mundo a conocer sus culturas. Quizás postulemos a tal programa, poco o nada nos falta para hacer nuestro propio reality show acerca de la verdadera cara de nuestro país. Y no solo eso, hoy tuve el encuentro (o el desencuentro en realidad, porque solo fue narrativo, no vivencial) con la parte más postmoderna de Tarapoto y sus delirios alucinógenos que pueblan las noches shamanescas de la ciudad. Se sorprenderían de lo que la cultura del chamán ha logrado en nuestra Selva para convertir efectos de la droga en paraísos místicos de autoayuda. Si es que nunca han escuchado de ello, mañana lo conocerán.Un abrazo para todos los que cada día se integran más a esta historia (porque sé que son más cada vez y aunque no los conozco, me alegra compartir estos viajes con ustedes), para mis amigos y sus saludos de cumpleaños tan cálidos, para mi familia a la que extraño mucho y un besazo para la princesa selvática que me está esperando en Lima.