jueves, junio 29, 2006

Notas de Campo 1: Güero en El Cordano

Lo gracioso es que estas notas no tratan sobre El Cordano, pero no hubieran existido si no fuera por mi inspirado antojo de visitarlo hoy.

No sé si fue la monada mórbida de ver a Alan y sus secuaces sentados en una de las mesas del bar El Cordano en el centro de Lima por la tele hace un par de semanas lo que me motivó a conocerlo; no sé si fue el suculento plato de tacu tacu con una sábana de bistec apanado que pasó por delante de la cámara; o si fue el vulnerable deseo de encontrarme con un típico espacio de nuestra Lima antigua, de esa que mis padres siempre añoran porque se pasearon por sus avenidas y jirones cuando eran adolescentes enamorados. Qué más da. ¿Y si este feriado de San Pedro vamos al Cordano? Parecía excelente.

Nos embarcamos hacia el Centro en medio de mil recuerdos nostálgicos de mis padres durante todo el camino. Cada símbolo, cada lugar, cada comida los hacía viajar en el pasado hasta su amor adolescente. El Cine Tauro, el point donde se encontraba la muchachada de esa época; el mercado donde resulta que mi papá había trabajado vendiendo nacimientos; la sanguchería pituca del momento donde mi papá se ufanaba de haber enamorado a mi mamá, y donde ella se ufanaba de haber manchado con mostaza de butifarra el saco nuevo de mi Papa Hugo que su hijo había pedido prestado para la ocasión; un Jirón de la Unión por donde habían caminado elegantes alguna noche; en fin... el pasado, vivito y coleando en sus ojos mientras caminábamos hasta nuestra meta preciada: El Cordano.

El Cordano apareció como un Queirolo muy azul y muy poblado. O muchos eran los que habían visto el mismo programa que yo y habían decidido conocer el bar de Alan o es que era así de popular en el barrio. Agarramos dos mesas divididas por un angosto camino por donde se paseaba el único mozo disponible: un elegante señor con parkinson y acongojado por la multitud pasó primero con un plato de ravioles, luego con el famoso tacu-tacu de mis fantasías más pecaminosas, con paltas rellenas del tamaño de una pelota de fútbol. Las mesas que habíamos elegido todavía guardaban los restos de los anteriores comensales y ninguno de nosotros se animó a sentarse aún. El de la barra le dijo a mi papá que “no había carta” y que, aún más, “no había nada” y nuestro estresado mozo lanzó un desesperado “estoy solo”. Para ser un mozo solitario parecía muy poco interesado en tener compañía o en tener clientes, es la verdad. MI hermano botó algunos desperdicios al piso para llamar la atención de alguien que nos atendiera pero fue un signo fantasma. Nuestra visita no había hecho la diferencia para nadie. Todos esperaron a lamentar la decisión de conocer El Cordano.
Pero, ¿qué esperábamos? Era El Cordano, un bar del pasado forzado a perdurar en el tiempo y atender a más de 70 personas porque a Alan se le ocurrió ser Presidente y comerse un tacu tacu la semana pasada. Después de todo, ese plato era nuestro objetivo; sus mozos y sus desaires no serían un inconveniente para nosotros... O sí? Era una anécdota folclórica, una aventura por saber si nos atenderían o no mientras podríamos conversar sobre nosotros, sobre el feriado, sobre el gimnasio de mi madre y sus amigas, sobre el pasado histórico que mi padre gusta rescatarle a todo objeto material; podríamos hacer eso y olvidarnos si queríamos del tumulto y la mala atención; esa no era nuestra prioridad... O sí?

Terminamos almorzando en el Wa Lok, una carta selecta de langostinos y aves y mozos amables y sonrisas perfectas y un orden estricto de atención y todo eso. Una vez sentados ahí, casi se me olvida que habíamos ido al Centro de Lima y que la idea era vivirlo un momento. ¿Cómo podía acordarme que allá afuera había un espacio multidiverso de personas y oficios y colores y reglas si habíamos elegido la zona china del centro limeño. El hambre y nuestra ansiedad atrajo la mala suerte y terminamos siendo pésimamente mal atendidos. Extrañé al mozo y a su parkinson inocente; extrañe el tacu tacu y el rochabús que estaba estacionado casi en la puerta del bar; extrañé pensar que un almuerzo es solo una excusa, a veces, para sentarse a la mesa a conversar sobre nada y sobre todo. El Cordano pudo haber sido nuestra excusa, complicada, sí; desordenada, también; alejada de nosotros, claro. Pero es curioso, en ese momento ni el Cine Tauro, ni los nacimientos del mercado ni la mostaza en el saco nuevo regresaron desde el pasado para hacernos acordar que todo así siempre fue y que en ese momento no nos molestaba tanto: a veces creo que preferimos que la aventura y el recuerdo de nuestro pasado se quede ahí, en el pasado. Lo extrañamos, pero si vuelve a nosotros y respiramos sus olores, nos sentimos envueltos en su espacio otra vez, caminamos por sus calles como antaño... reconocemos que ya somos otras personas y que preferimos nuestro amado y seguro Hoy.
En fin, Cordano. Fue un gusto casi conocerte. Cuando modernices tus reglas, quizás volvamos a intentarlo.

4 Comments:

At 10:54 a. m., Anonymous Anónimo said...

Lo volveremos a intentar Josesito, yo me quedé con ganas de los ravioles. Lo único que tu hermano tenía en la cabeza era "Qué feas estas calles de Lima" y "Cuida tu cartera"; y yo "Por estas calles, andaba en los hombros de mi papá cuando me cansaba de pequeña". Claudia

 
At 12:53 a. m., Blogger El Rojo said...

Jaja, no eres el único que ha tenido que pasar por eso. Yo también me dí una vuelta después de ver el programa de Bayly. Realmente estos señores no se han enterado de la nueva filosofía de "el cliente es lo primero".
Bayly, devuélveme mi plata.

 
At 6:20 a. m., Anonymous Anónimo said...

No seamos tan duros... aunque si fueron asi de malcriados.. ni modo..
http://analistadecuarta.wordpress.com/2007/02/12/ese-viejo-bar-cordano/

 
At 9:33 a. m., Anonymous Anónimo said...

3 veces 3 he ido al Cordano en estos últimos seis meses y me atendieron con diligencia, todo rico y bien taypa. Porsiaca, no soy ni Alan, ni Bayli, ni Gastón Acurio, un humilde y anónimo comensal. Vuelvan, vale la pena insistir. Salud y provecho. Piero

 

Publicar un comentario

<< Home